jueves, 15 de abril de 2010

30 DÍAS DE OSCURIDAD

Barrow (Alaska) es el pueblo más septentrional de los Estados Unidos. Tiene una característica peculiar, y es que cada invierno, durante 30 días, el sol desaparece, constituyendo así un mes de continua oscuridad; su situación geográfica hace que quede además aislado por 130 km de tundra. No todos los habitantes resisten esa situación, así que cada año el último día de sol, se produce un éxodo hacia otras zonas del país menos umbrías, que deja a Barrow con su ya de por sí pequeña población, más reducida aún.




En esta ocasión Evan (Josh Harnett), el sheriff de Barrow, hace el recorrido rutinario para asegurarse de que todo está bien para afrontar, una vez más, el periodo de oscuridad. En su paseo encuentra pequeños detalles chocantes, que le hacen sospechar que algo no va bien: decenas de teléfonos móviles destrozados han aparecido enterrados bajo la nieve, los perros de un criadero han aparecido brutalmente desangrados, el único helicóptero de la población aparece en la trituradora municipal completamente destrozado… y un extraño individuo, al que nadie conoce, acaba en el calabozo de la comisaría, amenazando con algo terrible que está por suceder… pero no aclara exactamente el qué.
Las luces se apagan, los teléfonos han perdido la línea… los pocos habitantes que quedan en Barrow están aislados del mundo exterior, rodeados de nieve, en la oscuridad y a merced de un grupo de vampiros. Sin posibilidad de ayuda externa, tendrán que organizarse para sobrevivir hasta que vuelva a salir el sol.

En torno al mito del vampiro se ha escrito mucho; existen multitud de películas que abordan su figura desde ángulos muy distintos: el terror, el humor, el romanticismo, la psicología… En el caso de esta película, estrenada en 2008, la trama parte de una premisa francamente original: un pueblo aislado, durante un mes sin la luz del sol (la mayor enemiga del vampiro) y sin posibilidad de contacto con el exterior, realmente este debe constituir el sueño de cualquier vampiro.

El personaje del vampiro adopta distintas imágenes según el tratamiento que se le quiera dar. En el caso del más conocido, Drácula, nos encontramos con un “hombre” elegante y atractivo, pulcramente vestido y peinado, sus maneras son impecables, se puede decir que es el paradigma del “glamour”; pensemos en Bela Lugosi, Christopher Lee o, incluso, George Hamilton.

Los vampiros de 30 días de oscuridad son otra cosa, realmente están más en la onda de Nosferatu. Su aspecto es bastante repulsivo y su líder (Danny Huston) es, para mí, uno de los vampiros más escalofriantes que ha generado el cine de los últimos años. Para los que conozcan el grupo musical Pet Shop Boys, puede resultar muy estimulante observar el parecido de este vampiro con el cantante del grupo, Neil Tennant.



Si bien el vampiro es un individuo que goza de gran aceptación a través de los tiempos (no hay más que comprobar el fenómeno mediático que representa la saga de Crepúsculo hoy en día), me gustaría que enfocásemos como sería un vampiro, en el caso de que existiese, de una manera totalmente racional. Nos encontraríamos con un ser que está muerto, por lo tanto carne en descomposición, su dieta es bastante repulsiva: sangre. ¿Os imagináis el hedor que podría producir un cadáver alimentándose de sangre?

Quien haya tenido la oportunidad de oler sangre en cantidad, no me refiero a una heridita, sino a una matanza o similar, sabrá que el olor de la sangre es francamente desagradable. No olvidemos que Bram Stoker basó su personaje en la historia de un príncipe rumano del siglo XV, Vlad Draculea III, conocido con el dulce sobrenombre de El Empalador (Tepes), debido a su afición a empalar a los enemigos capturados en batalla, como veis algo totalmente “encantador”.

Desde este punto de vista, el vampiro sería más cercano a Nosferatu que al conde Drácula hollywoodense. Sinceramente, desde este punto de vista, pierde bastante glamour.

Pero la magia del cine y la imaginación de Bram Stoker, han hecho del vampiro un ser fascinante y romántico, cada noche se levanta de su ataúd, impecablemente vestido y planchado para cometer sus fechorías, que le aseguran la inmortalidad. Y he aquí la palabra clave para tratar de entender esa simpatía que provoca el vampiro: la Inmortalidad.

Nos da miedo la muerte. Miedo no, pavor. Sabemos que todos, sin posibilidad de error, pasaremos por ese trance. Pero desconocemos qué es lo que nos aguarda al otro lado, podemos creer muchas cosas, pero lo que se dice saber, no sabemos nada. Y esa incertidumbre hace que nos aferremos a la vida desesperadamente. Aunque la vida no nos trate bien, nos resulta segura porque es lo que conocemos. El mito del vampiro nos ofrece inmortalidad, no morir nunca, y esa idea resulta seductora, aunque el precio sea convertirse en un chupasangres nocturno, sin otro objetivo en el horizonte que subsistir.
Sinceramente, la perspectiva no es muy halagüeña pero, y esto es lo importante, no muere.

Volviendo a la película, que propongo hoy, si hay alguien que no la ha visto, es francamente recomendable. Es original, entretenida y los fans de los vampiros, creo yo, no se van a sentir defraudados en absoluto. Aquí podéis encontrarla:

2 comentarios:

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