lunes, 6 de septiembre de 2010

POLTERGEIST III

Es un arte, a la vez que una ciencia, saber parar a tiempo. Y para mi gusto, la tercera entrega de la saga Poltergeist hace bueno este dicho. Para mí sinceramente es una película absolutamente prescindible, pero es el remate de la trilogía, así que hoy hablaré de ella y recomiendo que visitéis la sección del El Baúl, puesto que está dedicada a la presunta “Maldición de Poltergeist”.





En 1.988 se estrenó esta película, dirigida por Gary Sherman, que cierra el ciclo de la serie Poltergeist, al menos de momento. En ella solo repiten dos personajes: Carole Anne (Heather O’Rourke) y Tangina (Zelda Rubinstein). La trama se desarrolla básicamente en un edificio totalmente robotizado y con todo tipo de comodidades. Carole Anne se ha ido a vivir con una hermana de su madre, tía Trish o Patricia (Nancy Allen) que es la segunda esposa de Bruce Gardne r(Tom Skerrit) director del edificio inteligente en el que viven en Chicago.

Bruce es padre de una hija adolescente llamada Donna (Lara Flyn Boyle, a quien seguro recordaran los seguidores de “Twin Peaks”). Pero, a pesar de lo sofisticado del rascacielos en el que ahora vive, Carole Anne sigue siendo el principal objetivo del reverendo Kane, quien no tiene inconveniente en intentar apoderarse de la niña en un lugar aparentemente tan sólido y seguro ¿Qué edificio, por muy moderno que sea, está preparado para repeler los ataques de un espíritu enfurecido?
La película en sí no tiene mucho para analizar. No se nos explica con claridad, como ha ido a parar Carole Anne a semejante edificio, con una hermana de su madre que no sabíamos que existía y que, cuando murió la abuela, es decir, su propia madre, no hizo acto de presencia. Si somos maliciosos, podríamos pensar que los Freelings, aburridos de tanto ajetreo poltergeist, decidieron enviar a la niña lo más lejos posible.

La película supuso un auténtico batacazo en las taquillas y, puede que este fuese el verdadero motivo por el que no se volvieron a rodar más películas de la serie, independientemente de la muerte de la protagonista. Por no hablar de la crítica, que se cebó con la película en general, los actores, el guión, la dirección…

La ambientación de la película ya es asfixiante. Los protagonistas viven en un edificio ultramoderno, inmenso, casi como una ciudad vertical. En él hay de todo, así que se podría vivir mucho tiempo sin traspasar sus paredes. Una voz insistente, va contando de forma incesante las bondades de vivir en el lugar. Realmente es agobiante, es como una especie de progresivo lavado de cerebro, todo muy orweliano.

Los fenómenos empiezan a manifestarse con uno de los clásicos de la parapsicología: la termogénesis o cambios bruscos de temperatura, generalmente hacia abajo, es decir, un descenso de varios grados de forma repentina, en pocos segundos. Y es que, estadísticamente, se ha comprobado que la termogénesis es una de las principales “tarjetas de presentación” de los fenómenos poltergeist, parece que lo que quiera que sea que se manifieste, necesita un ambiente frío para poder desenvolverse.
El psiquiatra del colegio representa el escepticismo del hombre de ciencia; a pesar de que es testigo de hechos inexplicables, busca una lógica racional en ellos que, a la larga, resulta tan absurda o más que los hechos ocurridos. Esto es muy frecuente en la vida real y ante hechos que aparentemente no tienen explicación racional, los que creemos, simplemente entendemos que esas cosas pasan sólo que aún no sabemos la respuesta, en cambio, el escéptico, no se cansará de buscar una explicación racional, a pesar de que sea imposible encontrarla, pero él no cejará en su empeño, simplemente porque no es capaz de admitir que no tiene etiquetado el fenómeno. Los que leemos el Tarot estamos acostumbrados a este tipo de individuos, lo mejor, no hacer demasiado caso; nosotros no tenemos que demostrar nada a nadie, ellos, por lo visto, sí.

Si hay algo que destaca en la película es el uso de espejos. Muchos, tal vez demasiados. Los espejos tienen muchas aplicaciones. Pueden ser puertas a otras dimensiones. Del mismo que un ser humano puede acceder a otra dimensión, un ser de otra dimensión puede acceder a la nuestra. Por supuesto, hay seres de luz y hay seres poco luminosos. Así, el malvado Kane (un ejemplo de constancia capricorniana) persigue a la niña valiéndose de los espejos. Aprovecho para decir que el Kane de esta tercera parte no resulta, ni de lejos, tan estremecedor como el de la segunda.

Volviendo a los espejos, estos nos pueden mostrar nuestro “otro lado”, más sombrío y que jamás reconocemos, esa parte oculta que intentamos ignorar, pero que siempre está presente, aunque escondida. También estos se han utilizado para la adivinación, la cristalomancia ya era utilizada en la antigua Grecia para tal fin. Aunque, evidentemente, no es el caso de la película. Otra puerta de comunicación con otras realidades es el agua. En realidad el agua es un puente de comunicación interdimensional que el ser humano ha utilizado desde el principio de los tiempos, haría las veces de correa de transmisión entre un mundo y otro.
Aunque se usa más la forma líquida, también se puede aprovechar la forma sólida, es decir, el hielo. En la película se utiliza más bien como puerta que como medio de comunicación. Estos son los dos elementos que me parecen más destacables de esta tercera entrega de Poltergeist: el espejo y el agua. La pena es que la historia es tan rematadamente absurda y todo está tan forzado que resulta, no ya poco creíble, sino ridículo.

No estaba aún terminada la película, cuando la niña protagonista, Heather O’Rourke murió, por eso en algunas escenas del final no se ve su cara, aunque el pillín del director se inventó una historia dramática para justificar el pésimo final de la película, diciendo que como no se pudo completar, el quiso hacer un final maravilloso como homenaje a la niña muerta, pero los productores le obligaron a terminarlo rápido y de cualquier forma.

Sin embargo, los productores, varios actores y miembros del equipo, desmintieron ese comentario, pues confirmaron que el final se rodó en Chicago con la niña aún viva y que, después de su fallecimiento, se rodaron algunas escenas en estudio que no convencían a los productores; para esas escenas sí que se utilizó a una doble, de la que nunca se veía la cara.

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