domingo, 24 de abril de 2011

NICOLÁS FLAMEL

Los seguidores de Harry Potter reconocerán el nombre de Nicolás Flamel, pues es mencionado en varios momentos de la saga. Pero no se trata de un personaje de ficción, Nicolás Flamel existió, fue un alquimista francés del siglo XIV. En su biografía se entremezclan realidad y leyenda, hasta tal punto que resulta sumamente difícil distinguir dónde empieza una y acaba la otra.

Se sabe que nació en Pontoise (Francia) hacia el año 1.330. Fue escribano público, copista y librero jurado en el Cementerio de los Inocentes, en París. Según él contó, un Ángel se le apareció en sueños mostrándole un libro misterioso y extraordinario del que pudo solamente ver la cubierta, más no el contenido. Ese sueño marcó a Flamel que deseaba encontrar, esta vez en el mundo real ese libro. Sabía que su contenido era vital para él y pasó a ser su prioridad más absoluta.



Tiempo después, allá por el año 1.357, un hombre entró en su librería para ofrecerle el mismo libro con el que había soñado. Flamel quería obtenerlo como fuese, así que pagó los dos florines que el visitante exigía, un precio abusivo para la época. El libro estaba recubierto de tapas de cobre, las hojas, hechas de corteza de árbol, estaban divididas en tres partes de siete páginas cada una, de las que la última representaba, la una, una vara y unas serpientes, la otra una cruz con una serpiente crucificada y la tercera, desiertos poblados de fuentes de las que salían serpientes.

Estaba escrito en la primera página, en letras mayúsculas doradas: “Abraham el judío, príncipe, sacerdote, levita, astrólogo y filósofo, a la nación de los judíos, por el ojo de Dios, dispersará a los galos. Salud D.I.” Luego numerosas maldiciones estaban destinadas a los que leyeran esta obra sin ser sacrificadores o escribas.

El libro estaba escrito con una serie de letras y figuras completamente ininteligibles para él. Durante mucho tiempo trató de descifrar los escritos sin conseguirlo, así que decidió hacer una peregrinación a Santiago de Compostela para ganar el favor tanto de Dios como del Apóstol y encontrar a alguien que le ayudara a desentrañar los misterios ocultos en el libro.

Parece ser que su peregrinación tuvo efecto y sus plegarias fueron escuchadas, puesto que en el camino a Santiago conoció a un sabio judío, el Maestro Canches, quien sin duda identificó el contenido de la obra en términos cabalísticos. Una vez completada la peregrinación y de regreso a París, Flamel y su nuevo amigo se dedicaron en cuerpo y alma al estudio del libro. El Maestro Canches murió poco después de su vuelta, pero si vivió lo suficiente como para dar a Flamel las claves que servirían para comprender el manuscrito.

Así que Flamel, junto con su fiel esposa Perenelle, siguieron trabajando durante tres años en el texto. Se trataba de un complejo y completo tratado de Alquimia en el que se desvelaban los secretos de la transmutación alquímica y, cómo no, la obtención de la tan codiciada Piedra Filosofal. Por fin Flamel tuvo su primer éxito, o al menos eso es lo que dejó escrito, concretamente el 17 de enero de 1.382 consiguió la transmutación de media libra de mercurio en plata. Tras otros experimentos exitosos esta vez utilizando cobre, llegó, el 25 de abril del mismo año la consecución deseada por todo alquimista: la transmutación del plomo en oro y… la Piedra Filosofal.

A partir de ese momento la situación económica de Flamel también sufre una completa transmutación, pues pasa de ser una persona que vive de forma holgada sin grandes excesos, a acumular una auténtica fortuna. Hay que reconocerle un mérito y es que la inmensa mayoría de su riqueza la compartió con los más necesitados y donó importantes cantidades para mejoras tanto de carácter civil como religioso en su ciudad. También se cree que el rey Carlos VI se benefició de las habilidades transmutadoras del oro de Flamel.

Evidentemente, es imposible comprobar si la riqueza de Flamel se produjo a raíz de la consecución de la Gran Obra, están documentadas las cuantiosas aportaciones económicas que realizó en vida y tras su muerte por medio de sus disposiciones testamentarias. Existe documentación, por ejemplo, en la que consta que gracias a él se construyó el pórtico de Saint Genevieve des Ardents y el de Saint Jacques de Boucherie, o la casa del Grand Pignon, que era un asilo para menesterosos o su gran aportación para la construcción del hospital Saint Gervais.

En su testamento dejó mucho dinero tanto a fundaciones y agrupaciones, como a sus sirvientes, a los inquilinos que vivían en las numerosas casas que tenía en propiedad, familiares, amigos, conocidos, etc. Además perdonaba las deudas que habían contraído con él muchas personas. Supuestamente falleció en el año 1.413 y fue enterrado en el cementerio de Saint Jacques de Boucherie, uniéndose así a su amada compañera, Perenelle, quien había fallecido poco antes que él.

Ahora bien, y aquí es cuando comienza la leyenda pura y dura, durante años corrió el rumor sobre la supuesta inmortalidad que ambos habrían adquirido gracias al descubrimiento de la Piedra Filosofal. Así que se produjeron saqueos en su tumba, en un intento de encontrar tan valioso objeto. Puede ser, también, que las profanaciones simplemente tuvieran la intención de robar cualquier objeto de valor: cadenas, anillos, etc. puesto que se sabía que habían amasado una gran fortuna.

Lo interesante del caso es que, según se dijo, ambos ataúdes estaban vacíos. ¿Dónde estaba el matrimonio Flamel? ¿Realmente habían alcanzado la inmortalidad y siguen aún viviendo con otras identidades? De hecho, tanta fama tiene la supuesta inmortalidad de la pareja, que durante siglos, son varios los testimonios de personas que aseguran haberse encontrado con ellos en diferentes puntos geográficos y en distintas épocas. De ahí que algunos autores hayan aprovechado la fama de la inmortalidad de los Flamel para mencionarlos en sus obras como es el caso de J. K. Rowling en “Harry Potter”, Dan Brown en “El código Da Vinci” o Michael Scott con la colección de libros juveniles en los que son personajes importantes tanto Nicolás como Pernelle Flamel.

En cualquier caso, no conviene olvidar que Flamel existió realmente, de él dijo otra auténtica leyenda alquímica, Fulcanelli: “Fue el más famoso y popular de los filósofos franceses”. Toda la parte biográfica de Flamel que es ya leyenda: la obtención del misterioso libro y sus peripecias vitales para descifrarlo, así como lo que aprendió de él, viene reflejada en su obra: “El libro de las figuras jeroglíficas”.

Fachada de la casa de Flamel

La figura de Flamel es polémica, hasta el mismísimo Feijoo, en su “Teatro Crítico Universal” (s. XVIII) tuvo palabras para él, bastante duras por cierto:

“Nicolás Flamel, vecino de París, que vivió al principio del siglo decimoquinto, y se jactó también de poseer el secreto de la Piedra Filosofal, fue quien, entre todos los pretendidos adeptos, tuvo derecho más aparente para ser creído. La Croix Dumanine, citado en el Diccionario de Moreri, pinta muy hábil a este hombre, pues dice que era poeta, pintor, filósofo, matemático y sobre todo gran alquimista. En el cementerio de los Santos Inocentes, donde fue enterrado, dejó una tabla pintada al óleo, donde debajo de figuras enigmáticas, dicen están representados los secretos que había alcanzado de la Alquimia. Lo principal, y lo que más hace al caso es, que al paso de los que se jactan de saber el gran secreto de la Piedra Filosofal, por lo común son unos pobres derrotados, que en su desnudez traen el testimonio de su falsedad. De Nicolás Flamel se sabe que llegó a tener el caudal de más de quinientos mil escudos, suma prodigiosa para aquella edad. Sin embargo, algunos autores franceses de buen juicio descubrieron en esta adquisición de bienes otro secreto muy distinto del de la Piedra Filosofal. Dicen que Flamel, teniendo manejo en las finanzas, ganó tan grueso caudal con robos y extorsiones, especialmente sobre los judíos del Reino, y para ocultar los inicuos medios por donde había llegado a tanta riqueza, y evitar el castigo merecido, fingió deber aquellos tesoros al secreto de la Piedra Filosofal”.

Bueno, que cada cual decida con qué versión se queda: alquimista o timador. En el siguiente enlace se puede encontrar su libro: “El libro de las figuras jeroglíficas”.

1 comentario:

  1. Hola Fragarí, gracias por tu visita y ahí queda vuestro enlace, seguro que resultará de utilidad para quienes se interesan por la Alquimia

    Un saludo

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