sábado, 10 de noviembre de 2018

EL LOCO SEGÚN HAJO BANZHAF

Tarot B.O.T.A.
Ya iba siendo hora de compartir la visión de alguno de los Arcanos Mayores del gran Hajo Banzhaf, un autor por el que tengo auténtica debilidad, ya que siento una sintonía absoluta con sus escritos. En este caso os transcribo un texto de una de sus obras imprescindibles: “El Tarot y el Viaje del Héroe” (ed. Edaf) de la que voy a hacer en breve una reseña. Evidentemente, cada persona tiene su particular acercamiento al Tarot, y recurre a las fuentes que más resuenan en ella. Yo descubrí este libro cuando llevaba muchos años trabajando con el Tarot, pero sentí que no era una más de esas cientos, miles, de obras sobre el tema que se escriben y que, en mi modesta opinión, en muchos casos, no aportan nada nuevo, sino por el contrario, son refritos de refritos de cosas ya escritas, plagadas de tópicos y de monótonas repeticiones.

Por supuesto, me parecía imprescindible, tratándose de este libro en concreto, recurrir a la figura del Loco, puesto que será él quien inicie ese viaje que nos lleve a conocer en profundidad y con nuevos ojos el Tarot. Así que te pido que durante unos minutos respires hondo, te olvides de todo y, si es que no conoces aún esta obra, te dejes atrapar por esta descripción de ese maravilloso viaje que comienza con esta carta y que se extiende por el resto de los Arcanos Mayores.


“¿No es extraño que de todas las personas sea precisamente El Loco el vencedor en este gran viaje? Hoy en día tenemos del héroe una idea completamente diferente: esperamos que sea valiente, fuerte, firme, inteligente, con aura de eterno ganador. Con una mirada retrospectiva podremos comprobar, sin embargo, que estos bravos héroes invencibles son bastante recientes, aunque algunos de ellos, como Gilgames, Heracles, Orión o Perseo forman parte de la historia hace tres o cuatro mil años. Este tipo de héroe, claramente masculino, es propio de los albores del patriarcado, y básicamente distinto de los posteriores, con los que también estamos familiarizados, y que siguen vivos a través de la tradición oral, en nuestros cuentos de hadas y leyendas. En estos casos, al menos al principio, el Héroe no es particularmente valiente, fuerte, galante ni hábil. Suele ser más bien el joven, el tonto o el loco. Y no deja de ser interesante que sea precisamente el «simple» quien lleve a cabo con éxito la gran tarea.

Todas las historias tienen patrón similar. Cuentan, por ejemplo, cómo una gran sombra cae sobre el reino floreciente, y el rey manda a buscar un héroe dispuesto a salvar sus tierras del peligro amenazador. Normalmente, el rey tiene tres hijos. Los dos mayores manifiestan de inmediato su voluntad de ponerse en marcha y solucionar el problema. Son más o menos sinceros, pero aunque intentan salir airosos de la prueba, no lo consiguen. Cuando el hijo menor se prepara también para intentarlo, todos se ríen de él, dándolo por perdedor. Y aunque sabe que no es particularmente inteligente, valiente o hábil, decide igualmente asumir el riesgo. Luego de muchas pruebas y extraordinarios acontecimientos, acaba haciéndose con el tesoro escondido y difícil de encontrar, y lo lleva de regreso a casa, liberando así al reino de la terrible amenaza.

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El rey habría creído a cualquiera capaz de tal hazaña, especialmente a sus hijos mayores, que se le parecían mucho, y que eran casi tan inteligentes y valientes como era él, o como lo había sido alguna vez. A su hijo menor, en cambio, no lo veía como a un héroe. Este es el curioso mensaje que encierran todos los cuentos conocidos, procedentes de pueblos del mundo entero: la persona que consigue encontrar la solución al gran problema es precisamente aquella que creíamos incapaz de hacerlo.
Marie-Louise von Franz nos da la explicación:

"«El simple» ... , dice ella, «simboliza esencialmente la personalidad íntegra y genuina ... Esta integridad es más importante que la inteligencia, el auto control o cualquier otra cosa. Es en esta naturaleza genuina donde radica la salvación de la situación».
Sería prematuro y a la vez erróneo sacar la conclusión de que este es el viaje de El Loco. Aunque es verdad que el héroe comienza el viaje como El Loco, es capaz de evolucionar con gran rapidez. Al final de la historia, sin embargo, debe adoptar nuevamente una actitud modesta y sencilla, similar a la que inicialmente tenía. Nos recuerda a Perceval, que se adentra en el mundo vestido como un loco y, como él, encuentra el Castillo del Santo Grial al final de la historia. También aquí vemos aparecer a El Loco como un tonto simple al principio del relato, emergiendo más tarde como El Loco sabio.

Las cartas muestran a El Loco acompañado por un perro que simboliza el poder de los instintos, que lo protege a lo largo del camino y sale en su auxilio cuando lo necesita. A pesar de encontrarse al borde del abismo y de no ser consciente de ello, nunca llega a caer. El ladrido del perro lo pone sobre aviso o, más probablemente quizá, siente el impulso de seguir en otra dirección, sin llegar nunca a darse cuenta lo cerca del peligro que ha estado. Las montañas cubiertas de nieve que conforman el escenario de la carta representan las cumbres que aún le quedan por escalar en su viaje, y que son el hogar del Ermitaño.

Es la meta de la primera parte del viaje, al final de la serie de cartas impares: el conocimiento, o más exactamente, el auto conocimiento. Todo lo que lleva El Loco en su viaje está dentro de su hatillo, y ello ha dado lugar a todo tipo de especulaciones.
La mejor explicación se la debemos a Sheldon Kopp, que llamó al hatillo «la bolsa del conocimiento no usado».
Con ello expresa la típica y a la vez interesante actitud de El Loco: no sabe nada o no hace uso de lo que sabe aunque, en contrapartida, sus conocimientos jamás le bloquean u obstruyen. En cierto sentido personifica al niño que todos llevamos dentro que, como al resto de los niños, le encanta probar siempre cosas nuevas y coger caminos imprevisibles.

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No cabe duda de que esta actitud abierta y Libre de condicionantes es la ideal para el aprendizaje de cosas nuevas. Waite llamó a esta carta «la mente en busca del conocimiento».

Sin embargo, cuanto más adultos nos vamos haciendo, más tendemos a reafirmarnos en nuestras convicciones y opiniones. Dando por sentado que estamos siempre en lo cierto, sin excepción, perdemos todo interés por conocer cómo se ve la realidad más allá de nuestras ideas. Vivimos en un mundo de conceptos, a los que con gran orgullo llamamos conocimiento pragmático, y que bloquea nuestra capacidad de abrirnos al conocimiento que procede de nuestro interior. Nos aferramos a aquellos juicios e imágenes que nos infunden una cierta sensación de seguridad, aunque la realidad es bien diferente. Nuestra vida se vuelve aburrida, rutinaria y monótona, y al no surgir cosas nuevas e intensas que nos ilusionen, la alegría de vivir se marchita en nosotros. Y, qué duda cabe, la realidad nos da alcance, una vez tras otra, haciéndonos reconocer, en nuestras crisis, que nuevamente nos hemos hecho de ella una idea equivocada.

Por el contrario, El Loco representa el lado alegre y sin grandes complicaciones que también tenemos, a quien la perfección o los errores le son completamente indiferentes. Con alegría y de forma desenfadada va por la vida probando cosas nuevas, sin temor a equivocarse, a hacer el ridículo. Si algo no funciona, simplemente lo vuelve a intentar hasta que lo consigue o hasta perder el interés. Le gusta experimentar ese sentimiento de felicidad que nace del corazón, y se sorprende ante la cantidad de posibilidades, la gran variedad de cosas que la vida y el mundo le ofrecen".

Conoce más sobre la carta de El Loco siguiendo estos enlaces:






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