Existen múltiples definiciones para intentar explicar lo que es la Magia. Voltaire dijo: “La Magia es el secreto de hacer lo que la naturaleza no puede hacer”. Para Franz Hartmann es “El arte de emplear los agentes invisibles, llamados espirituales, en la obtención de determinados resultados visibles”. A mí me gusta definirla como el conocimiento y la aplicación de leyes espirituales para conseguir efectos en el mundo material.
La Magia ha estado presente en la vida de los hombres desde sus orígenes; todos hemos visto imágenes de los restos arqueológicos que se han ido encontrando a lo largo del tiempo en distintos asentamientos prehistóricos, muchos son piezas de carácter mágico. Tanto amuletos para asegurarse protección o propiciar una buena caza, como elementos funerarios para facilitar el tránsito al más allá de los fallecidos, pasando por las misteriosas pinturas con las que decoraban sus cuevas… hasta los arqueólogos más escépticos reconocen que nuestros antecesores tenían un sistema de creencias que iba más allá del mundo material.
Tal vez, la observación directa de los fenómenos de la naturaleza, de los que no comprendía ni su origen ni su causa, llevó al hombre antiguo a pensar que existían una serie de fuerzas que estaban más allá de su entendimiento y que sólo podían provenir de un “algo” superior a él.
Se cree que en el Paleolítico ya se contaba con un sistema de creencias en la Magia Simpática que, basándose en el principio que dice que lo semejante atrae a lo semejante, se utilizaba para favorecer la caza o atraer la fertilidad. Por lo que se sabe hasta ahora, el hombre de Neandertal fue el primero en enterrar a sus muertos; más tarde sería el hombre de Cro-Magnon quien dotaría de cierto ritual a esos enterramientos, acompañando al muerto de un ajuar funerario así como de ofrendas funerarias. Esto quiere decir que ya en esta época existía la creencia en una vida después de la actual. Cómo imaginaban que era dicha vida, es imposible saberlo, pero lo importante es que se demuestra que el hombre desde los albores de su existencia ha tenido un sentido de la trascendencia, ha creído en un algo sobrenatural que sobrepasaba el mundo que captaban sus sentidos físicos.
Según fue avanzando la evolución humana, ese sistema de creencias se fue convirtiendo en algo mucho más sofisticado perdiendo por lo tanto su espontaneidad. Las primeras civilizaciones no solo no desecharon sus creencias mágicas sino que, apoyándose en ellas, crearon un sistema jerarquizado de dogmas que serían las religiones.
La idea principal de todo esto es que el hombre siempre ha creído que había un “algo más” y ese “algo más” produce fenómenos que en apariencia escapan a toda lógica material y, sobre todo, asegura una existencia tras la aparente muerte física. Como dice Jacques Alexander: “El hombre ha querido siempre creer en la supervivencia de su alma, hasta el extremo de preferir una eternidad de suplicios al horror de no existir más”.
A través de la historia, una serie de hombres y mujeres dotados de una sensibilidad especial, han consagrado su vida a tratar de entender y dominar esas fuerzas, son los brujos, magos, alquimistas nigromantes…, en definitiva ocultistas que en secreto y sin descanso trabajaron para desvelar los muchos misterios que rodeaban la existencia del hombre y fueron legando para posteriores generaciones sus descubrimientos. ¿Logró alguno de ellos descubrir los secretos de la verdadera Magia? Algunos aseguran que sí. Solo hay un modo de saber si esto es cierto: aprender lo que ellos aprendieron y ponerlo en práctica por medio del conocido axioma: “Saber, Querer, Osar y Callar”. Es decir: primero hay que conocer, después tener el convencimiento de que se quiere aplicar el conocimiento adquirido, el siguiente paso es hacerlo y por último guardar el secreto de lo que se sabe ante aquellos que no están aún preparados.
Se cree que en el Paleolítico ya se contaba con un sistema de creencias en la Magia Simpática que, basándose en el principio que dice que lo semejante atrae a lo semejante, se utilizaba para favorecer la caza o atraer la fertilidad. Por lo que se sabe hasta ahora, el hombre de Neandertal fue el primero en enterrar a sus muertos; más tarde sería el hombre de Cro-Magnon quien dotaría de cierto ritual a esos enterramientos, acompañando al muerto de un ajuar funerario así como de ofrendas funerarias. Esto quiere decir que ya en esta época existía la creencia en una vida después de la actual. Cómo imaginaban que era dicha vida, es imposible saberlo, pero lo importante es que se demuestra que el hombre desde los albores de su existencia ha tenido un sentido de la trascendencia, ha creído en un algo sobrenatural que sobrepasaba el mundo que captaban sus sentidos físicos.
Según fue avanzando la evolución humana, ese sistema de creencias se fue convirtiendo en algo mucho más sofisticado perdiendo por lo tanto su espontaneidad. Las primeras civilizaciones no solo no desecharon sus creencias mágicas sino que, apoyándose en ellas, crearon un sistema jerarquizado de dogmas que serían las religiones.
La idea principal de todo esto es que el hombre siempre ha creído que había un “algo más” y ese “algo más” produce fenómenos que en apariencia escapan a toda lógica material y, sobre todo, asegura una existencia tras la aparente muerte física. Como dice Jacques Alexander: “El hombre ha querido siempre creer en la supervivencia de su alma, hasta el extremo de preferir una eternidad de suplicios al horror de no existir más”.
A través de la historia, una serie de hombres y mujeres dotados de una sensibilidad especial, han consagrado su vida a tratar de entender y dominar esas fuerzas, son los brujos, magos, alquimistas nigromantes…, en definitiva ocultistas que en secreto y sin descanso trabajaron para desvelar los muchos misterios que rodeaban la existencia del hombre y fueron legando para posteriores generaciones sus descubrimientos. ¿Logró alguno de ellos descubrir los secretos de la verdadera Magia? Algunos aseguran que sí. Solo hay un modo de saber si esto es cierto: aprender lo que ellos aprendieron y ponerlo en práctica por medio del conocido axioma: “Saber, Querer, Osar y Callar”. Es decir: primero hay que conocer, después tener el convencimiento de que se quiere aplicar el conocimiento adquirido, el siguiente paso es hacerlo y por último guardar el secreto de lo que se sabe ante aquellos que no están aún preparados.
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