Una auténtica imagen barroca es la que representa al Rey de Oros. Pero tanto ornamento no es gratuito; estamos ante la culminación del trabajo y el esfuerzo. Nos encontramos ante todos los frutos producidos por el empuje del Caballo de Oros; si recordamos la imagen de este último, el paisaje era una tierra trabajada y preparada, lista para madurar, según los ciclos de la vida, en la carta del Rey asistimos, por fin, a esa madurez.
Por un lado están esas hojas de vid verdes, tras las que se pueden adivinar esas montañas azules que nos recuerdan que lo espiritual está siempre presente, aunque quede tapado por lo terreno, ese ocultamiento es sólo en apariencia. También vemos al otro extremo de la carta un castillo que representa la organización del mundo físico en aquello que conocemos como sociedad. Vemos pues, que el Rey de Oros pertenece a dos mundos: el físico y el espiritual, el primero está claramente a la vista, en él está centrado, por el momento, el interés de nuestro personaje. Por otro lado está ese otro mundo, el espiritual, que queda prácticamente oculto por lo terrenal, pero insisto, el hecho de que no se vea no significa que no esté, simplemente es que queda solapado por lo físico.