El intenso siglo XIX se apasionó con el enfoque ocultista del Tarot, de tal manera que surgían de los sitios más insospechados, cientos de estudios sobre la materia, desde todos los ángulos posibles. Convivían felizmente las teorías más delirantes con las más serias. El caso es que da la sensación, visto desde la perspectiva actual, que los ocultistas de entonces no sentían que sus estudios estaban completos si no proponían una o varias teorías sobre el origen y significado último del Tarot.
El suizo Oswald Wirth (1.860 – 1.943) era un masón dedicado en cuerpo y alma al magnetismo, tan de moda en aquella época. Siendo muy joven, entró en contacto con Stanilsas de Guaita, quien le inició en la orden que había creado, la O.C.R.C. (Orden Cabalística de la Rosa Cruz) e inculcó en él la pasión por el Tarot y la Cábala. De esta amistad e intereses comunes nacería un proyecto ambicioso, que sería la creación de una baraja de Tarot que recuperase el espíritu original del mismo (según sus propias creencias, evidentemente).
La base sobre la que se sustentó el proceso creativo de su Tarot, hay que encontrarla en los escritos de Eliphas Lévi. Wirth era un excelente dibujante, así que el peso de la reproducción cayó sobre él; podría decirse que Guaita fue simplemente el promotor, al tiempo que supervisor, de la obra. En un principio, la idea original era diseñar los 22 Arcanos Mayores, para ello, según se nos cuenta en “El Arte del Tarot” (ed. Orbis), los referentes pictóricos fueron una baraja italiana y la de Besançon. La primera edición saldría al mercado el año 1.888.