Erzsébet Báthory |
Mae West dijo: “Cuando soy buena soy muy buena, pero cuando soy mala soy mejor”, y más o menos ese debió ser el lema de la protagonista de El Baúl de hoy. La condesa de Báthory se propuso superar en todo a los varones sanguinarios que pueblan la historia, tipo Gilles de Rais, y lo consiguió con creces. Se dice que desde niña mostró cierto desequilibrio; tal vez sea así. En cualquier caso, la mujer del retrato que vemos aquí al lado, con ese rostro aniñado y tímido, es una de las mayores asesinas en serie documentadas de la historia.
Erzsébet Báthory (o Isabel Báthory), nació en Nyírbátor, Hungría, el año 1.560. Su familia pertenecía a la alta aristocracia húngara, así que como excusa de sus actividades tan peculiares, no puede esgrimirse el argumento de ser una pobre desdichada, analfabeta y de nula erudición, muy al contrario, recibió una esmerada educación y dominaba varios idiomas a la perfección. Como era costumbre en aquella época, desde niña fue prometida a un joven noble con el que se casaría a los quince años, el Conde Ferencz Nádasdy.
El flamante matrimonio se instaló en el castillo Csejthe, en Nyitra. Realmente, la condesa no veía demasiado a su marido, puesto que era un noble guerrero que la mayor parte del año estaba lejos del hogar, peleando en alguna batalla. Por lo que se cuenta debía ser un fiero luchador puesto que era conocido como “El héroe negro de Hungía”. Se dice que poseía tanto valor como crueldad; su especialidad era empalar a sus enemigos.
La condesa pasaba mucho tiempo en el castillo, criando a sus hijos, soportando a su suegra Úrsula, con quien mantenía una relación espantosa y administrando sus bienes con mano de hierro. Tal vez fuera por resentimiento por su situación, por algún problema mental o simplemente por pura maldad, el caso es que empezó a sentir un insano placer haciendo daño a las doncellas a su servicio. Comenzó con pequeñas crueldades, que justificaba como castigo por negligencias o perezas, por ejemplo, embadurnar a la sirvienta a castigar con miel y obligarla a pasar la noche a la intemperie para que todo tipo de insectos, o lo que fuese, dieran buena cuenta de ella.
Tal vez por la impunidad que sentía por su situación privilegiada, la condesa fue aumentando la variedad y malignidad de sus castigos, pero la muerte de su esposo el año 1.604 tuvo en ella una especie de efecto liberador, algo así como destapar la caja de los truenos, y a partir de ese momento fue cuando decidió dar rienda suelta a su maldad y lo hizo con todas las consecuencias.
La condesa se había rodeado tiempo atrás de una serie de personajes poco recomendables. La que fuera su nodriza, Jo Ilona, fue una de sus secuaces más fieles, pero también hay que destacar a su mayordomo, Thorko especialmente sanguinario del que se dijo, la introdujo al ocultismo, y una bruja del lugar conocida como Dorkó.
Cuenta la leyenda que un día, mientras una doncella cepillaba los largos cabellos de la condesa, la dio un tirón, furiosa la aristócrata, se abalanzó sobre la muñeca de la pobre muchacha, apretando tan fuerte que la hizo sangrar. Se dice que la condesa notó que inmediatamente la piel salpicada por la sangre adquiría una tersura instantánea. Este descubrimiento fue decisivo para que la condesa adoptara su particular tratamiento de belleza: la sangre humana. Leído así, parece una historieta un poco traída por los pelos.
La condesa pasaba mucho tiempo en el castillo, criando a sus hijos, soportando a su suegra Úrsula, con quien mantenía una relación espantosa y administrando sus bienes con mano de hierro. Tal vez fuera por resentimiento por su situación, por algún problema mental o simplemente por pura maldad, el caso es que empezó a sentir un insano placer haciendo daño a las doncellas a su servicio. Comenzó con pequeñas crueldades, que justificaba como castigo por negligencias o perezas, por ejemplo, embadurnar a la sirvienta a castigar con miel y obligarla a pasar la noche a la intemperie para que todo tipo de insectos, o lo que fuese, dieran buena cuenta de ella.
Tal vez por la impunidad que sentía por su situación privilegiada, la condesa fue aumentando la variedad y malignidad de sus castigos, pero la muerte de su esposo el año 1.604 tuvo en ella una especie de efecto liberador, algo así como destapar la caja de los truenos, y a partir de ese momento fue cuando decidió dar rienda suelta a su maldad y lo hizo con todas las consecuencias.
La condesa se había rodeado tiempo atrás de una serie de personajes poco recomendables. La que fuera su nodriza, Jo Ilona, fue una de sus secuaces más fieles, pero también hay que destacar a su mayordomo, Thorko especialmente sanguinario del que se dijo, la introdujo al ocultismo, y una bruja del lugar conocida como Dorkó.
Cuenta la leyenda que un día, mientras una doncella cepillaba los largos cabellos de la condesa, la dio un tirón, furiosa la aristócrata, se abalanzó sobre la muñeca de la pobre muchacha, apretando tan fuerte que la hizo sangrar. Se dice que la condesa notó que inmediatamente la piel salpicada por la sangre adquiría una tersura instantánea. Este descubrimiento fue decisivo para que la condesa adoptara su particular tratamiento de belleza: la sangre humana. Leído así, parece una historieta un poco traída por los pelos.
Ferencz Nádasdy |
Aunque es difícil saber qué es lo que ocurrió realmente, lo más probable es que la condesa, una mujer bella que había atravesado la crucial barrera de los cuarenta años, comenzara a temer los efectos físicos y estéticos de la edad, (hay que entender que los cuarenta de ahora no son los de hace más de cuatrocientos años, que ya era casi vejez), si a eso se suma que siempre estaba rodeada de gente que trabajaba con la Magia, y no precisamente en su vertiente más blanca, estos ingredientes unidos a su natural falta de escrúpulos y compasión por el dolor ajeno, el cóctel estaba servido.
La condesa, ayudada por sus cómplices, atraía a campesinas jóvenes, tanto de Hungría como de los Cárpatos, con la promesa de trabajar en un castillo para la nobleza, saliendo así de la pobreza. El reclamo era irresistible, pero lo que allí encontraban superaba con creces la peor de las pesadillas que alguna vez hubiesen tenido. Bathory era francamente imaginativa para el mal y diversificaba los “usos” de las muchachas a su servicio. El primer paso, decisivo para poder maniobrar a sus anchas, fue trasladar a su suegra a otro castillo.
Una vez que se sintió libre, dio rienda suelta sus peores instintos. Según cuenta el escritor y periodista Jesús Palacios en su inquietante pero a la vez magnífico libro “Psicokillers”, las torturas a las que sometió a las pobres muchachas eran inimaginables: las hacía trabajar desnudas para luego apalearlas y clavarlas alfileres y cualquier objeto punzante. También disfrutaba obligando a salir, en pleno invierno, a alguna chica y vertía sobre su cuerpo desnudo cubos de agua helada hasta que moría por congelación. Creó un diseño diabólico de jaula, recubierta en su interior por numerosos pinchos afilados, de tal modo que la “elegida” que entraba en ella sólo podía mantenerse en posición de cuclillas, al más mínimo movimiento, se clavaba los pinchos.
Se hizo construir una “dama de hierro”, que es un sarcófago con las medidas de un cuerpo humano, tapizado por clavos, de tal forma que al cerrarlo con una persona dentro, la persona era atravesada por completo en distintos puntos de su anatomía, preferentemente los órganos vitales, lo que producía una lenta y horrible agonía. Un tenebroso instrumento de tortura muy de moda en la época. Evidentemente, la condesa, estaba muy al tanto de las tendencias.
Leamos un estremecedor fragmento extraído de “La condesa sangrienta” de Alejandra Pizarnick (1.967), para hacernos una idea de las “distracciones” de la condesa:
“Se escogían varias muchachas altas, bellas y resistentes -su edad oscilaba entre los 12 y los 18 años- y se las arrastraba a la sala de torturas en donde esperaba, vestida de blanco en su trono, la condesa. Una vez maniatadas, las sirvientas las flagelaban hasta que la piel del cuerpo se desgarraba y las muchachas se transformaban en llagas tumefactas; les aplicaban los atizadores enrojecidos al fuego; les cortaban los dedos con tijeras o cizallas; les punzaban las llagas; les practicaban incisiones con navajas (si la condesa se fatigaba de oír gritos les cosían la boca; si alguna joven se desvanecía demasiado pronto se la auxiliaba haciendo arder entre sus piernas papel embebido en aceite). La sangre manaba como un geiser y el vestido blanco de la dama nocturna se volvía rojo. Y tanto, que debía ir a su aposento y cambiarlo por otro (¿en qué pensaría durante esa breve interrupción?). También los muros y el techo se teñían de rojo”.
Sin duda, su ocupación principal era tomar baños de sangre procedente de muchachas jóvenes y, a poder ser, vírgenes, convencida de que su piel se mantendría así tersa y luminosa y el reloj se pararía para siempre, algo así como el elixir de la eterna juventud. Evidentemente, se requerían muchos litros de sangre para rellenar con cierta frecuencia una bañera, así que el número de las mujeres desaparecidas se fue elevando de forma alarmante. Lo que empezó a llamar la atención.
Castillo de Cachtice |
Si bien la condesa comenzó a realizar sus fechorías con jóvenes pobres, muchas de ellas no mantenían contacto con su familia, lo que hacía que se sintiera muy segura, su avidez de sangre, hizo que empezará a incluir en su elenco de futuribles víctimas a miembros de la nobleza de la zona; para lo que, a su ya larga lista de delitos, habría que añadir el secuestro. Los rumores que siempre habían existido en torno a la enigmática condesa y lo que sucedía entre las paredes de su castillo, se hicieron cada vez más insistentes.
A finales del año 1.610, el rey Mathias de Hungría ordenó al Conde Thurzo, un primo de la condesa con quien mantenía, por cierto, una pésima relación, que realizara una investigación en el castillo de Csejthe. Unas fuentes cuentan que hasta él habían llegado rumores, otras que fue un pastor protestante de la zona quién le informó y otras que una de las muchachas que había logrado escapar de su torturadora consiguió escapar y contar lo que allí acontecía; en cualquier caso, el rey estaba sobre aviso y decidió intervenir.
Se procedió al registro del castillo y lo que salió a la luz sobrepasaba con mucho a todos los rumores que hubiesen podido escucharse. Instrumentos de tortura bañados en sangre, restos humanos, cadáveres mutilados tanto dentro como fuera del castillo… y alguna joven muy malherida, pero aún con vida, en los calabozos. Unos meses después se inició el juicio al que la condesa se negó a presentarse, puesto que consideraba que era una indecencia que ella, miembro de la nobleza, fuese tratada como una persona normal y común.
Los cómplices de sus fechorías sí que fueron juzgados y condenados a muerte. Algunos de ellos, como es el caso de el mayordomo o la nodriza, reconocieron sus crímenes y dieron a la justicia datos concretos, otros no. La sentencia fue relativamente benévola con la condesa, su linaje pesó más que su ilimitada capacidad para el mal, así que fue condenada a un encierro domiciliario de por vida. Se la emparedó, tapiando puertas y ventanas, dejando tan sólo un pequeño hueco por el que se introducía la comida.
En agosto de 1.614 falleció Erzsébet Báthory, un cronista de la época escribió: “Murió al anochecer, abandonada de todos”. En el aposento de la condesa, escrito de su puño y letra, se encontró un cuaderno con la relación de los nombres de sus víctimas… 610.
¿Esa cifra es exagerada? ¿Se achacaron a la condesa desapariciones de jóvenes que nada tenían que ver con ella? Como suele ocurrir con individuos de este tipo, Jack el Destripador o Ted Bundy son un ejemplo, surge una fascinación en torno a ellos increíble, muchas personas sucumben a sus más que dudosos encantos y son elevados a categoría de ídolos. La condesa cuenta con una legión de seguidores. Tal vez estos fans apasionados, pretenden ignorar que su fama se debe a la muerte (terriblemente cruel) de un buen número de personas), así que no hay que equivocarse, esta entrada no es un recuerdo para la condesa sangrienta, sino para sus víctimas.
A finales del año 1.610, el rey Mathias de Hungría ordenó al Conde Thurzo, un primo de la condesa con quien mantenía, por cierto, una pésima relación, que realizara una investigación en el castillo de Csejthe. Unas fuentes cuentan que hasta él habían llegado rumores, otras que fue un pastor protestante de la zona quién le informó y otras que una de las muchachas que había logrado escapar de su torturadora consiguió escapar y contar lo que allí acontecía; en cualquier caso, el rey estaba sobre aviso y decidió intervenir.
Se procedió al registro del castillo y lo que salió a la luz sobrepasaba con mucho a todos los rumores que hubiesen podido escucharse. Instrumentos de tortura bañados en sangre, restos humanos, cadáveres mutilados tanto dentro como fuera del castillo… y alguna joven muy malherida, pero aún con vida, en los calabozos. Unos meses después se inició el juicio al que la condesa se negó a presentarse, puesto que consideraba que era una indecencia que ella, miembro de la nobleza, fuese tratada como una persona normal y común.
Los cómplices de sus fechorías sí que fueron juzgados y condenados a muerte. Algunos de ellos, como es el caso de el mayordomo o la nodriza, reconocieron sus crímenes y dieron a la justicia datos concretos, otros no. La sentencia fue relativamente benévola con la condesa, su linaje pesó más que su ilimitada capacidad para el mal, así que fue condenada a un encierro domiciliario de por vida. Se la emparedó, tapiando puertas y ventanas, dejando tan sólo un pequeño hueco por el que se introducía la comida.
En agosto de 1.614 falleció Erzsébet Báthory, un cronista de la época escribió: “Murió al anochecer, abandonada de todos”. En el aposento de la condesa, escrito de su puño y letra, se encontró un cuaderno con la relación de los nombres de sus víctimas… 610.
¿Esa cifra es exagerada? ¿Se achacaron a la condesa desapariciones de jóvenes que nada tenían que ver con ella? Como suele ocurrir con individuos de este tipo, Jack el Destripador o Ted Bundy son un ejemplo, surge una fascinación en torno a ellos increíble, muchas personas sucumben a sus más que dudosos encantos y son elevados a categoría de ídolos. La condesa cuenta con una legión de seguidores. Tal vez estos fans apasionados, pretenden ignorar que su fama se debe a la muerte (terriblemente cruel) de un buen número de personas), así que no hay que equivocarse, esta entrada no es un recuerdo para la condesa sangrienta, sino para sus víctimas.
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