Muchas veces, cuando hablamos de gafes, nos referimos a personas que parece que van llevando la mala suerte a donde quiera que vayan. Pero ¿qué sucede cuando el gafe no es una persona, sino un objeto? Se podría decir que el submarino alemán U-65, protagonista del post de hoy, estaba absolutamente gafado. Sus comienzos ya auguraban una historia que, en su corta vida, acumuló la suficiente cantidad de muertes y desgracias como para considerar que la suerte y el U-65 discurrían por caminos paralelos que jamás se encontraron.
Su carrera “gafística” empieza el año 1.916 en el astillero de Brujas (Bélgica) durante su construcción; una viga destinada a la eslora de cubierta mató a un obrero al caerle encima. En las pruebas iniciales de navegación, tres miembros de la tripulación murieron asfixiados al llenarse de gas la sala de máquinas. El Almirantazgo mantuvo estos hechos en secreto, no olvidemos que Alemania estaba inmersa en la Primera Guerra Mundial.
Se realizaron pruebas con dos submarinos idénticos sin que se produjera ningún accidente, así que el capitán del U-65 dio la orden para su primera inmersión. Todo transcurría con normalidad, el mar estaba en calma y el capitán envió a un marinero a proa para que hiciera una inspección rutinaria de las escotillas. Incomprensiblemente, el marinero saltó por la borda, siendo arrastrado por las turbulencias propias de la nave.
Aún no había comenzado la inmersión y ya se había producido una tragedia. Habría que imaginarse la cara del resto de la tripulación cuando el capitán dio la orden de descender el submarino. De nuevo el U-65 produciría un disgusto. La orden de inmersión era de 10 metros de profundidad, pero el submarino, como si tuviera vida propia, continuó descendiendo hasta chocar contra el fondo del mar, permaneciendo durante 12 horas inmóvil, mientras lenta, pero inexorablemente, el agua se iba filtrando en el interior.
Afortunadamente, en esta ocasión, y a pesar de que los gases de las baterías empezaron a inundar el submarino por segunda vez, el U-65 comenzó a ascender a la superficie, consiguiendo que, por esta vez, no se produjeran más tragedias. Evidentemente el submarino recién estrenado volvió a Brujas para una inspección a conciencia, no se encontró ningún fallo, así que se consideró apto para el servicio.
Aún no había comenzado la inmersión y ya se había producido una tragedia. Habría que imaginarse la cara del resto de la tripulación cuando el capitán dio la orden de descender el submarino. De nuevo el U-65 produciría un disgusto. La orden de inmersión era de 10 metros de profundidad, pero el submarino, como si tuviera vida propia, continuó descendiendo hasta chocar contra el fondo del mar, permaneciendo durante 12 horas inmóvil, mientras lenta, pero inexorablemente, el agua se iba filtrando en el interior.
Afortunadamente, en esta ocasión, y a pesar de que los gases de las baterías empezaron a inundar el submarino por segunda vez, el U-65 comenzó a ascender a la superficie, consiguiendo que, por esta vez, no se produjeran más tragedias. Evidentemente el submarino recién estrenado volvió a Brujas para una inspección a conciencia, no se encontró ningún fallo, así que se consideró apto para el servicio.
No se perdió tiempo, había una guerra y era necesaria su utilización, así que se procedió a la carga de armamento, pero en medio del proceso, un torpedo estalló, elevando la cifra de muertos a once; en esta ocasión una de las víctimas sería el segundo oficial, cuyo fantasma, según se dice, quedó a partir de ese momento vinculado irremediablemente al submarino.
En el tiempo que duró la reparación de los daños causados por la explosión, fueron dos los marineros que, en distintos momentos, juraron haber visto claramente de pie en la proa del barco al segundo oficial con los brazos cruzados. De hecho, uno de los dos marineros, aterrado, desertó.
Una vez reparado el submarino, zarpó rumbo al estrecho de Dover en misión de guerra, durante todo el trayecto, fueron varios los tripulantes que confesaron haber visto el fantasma del segundo oficial. La vuelta a la base parecía tranquila, hasta que se produjo un intenso ataque aéreo que alcanzó al capitán, acabando con su vida.
La Marina Imperial, decidió tomar cartas en es asunto y ordenó que un sacerdote realizar un exorcismo al submarino. Pero no surtió ningún efecto, en la siguiente misión, un artillero enloqueció, el primer maquinista se rompió una pierna y un marinero se suicidó.
La mañana del 10 de julio de 1.918, un submarino norteamericano L-2 navegaba a la altura del cabo Clear, en la costa sudoeste de Irlanda. Avistaron al U-65 que parecía ir a la deriva, el capitán del L-2 miró por el periscopio y pudo contemplar, sorprendido, la figura de un oficial alemán de pie, con los brazos cruzados en la proa del submarino.
Antes de que el submarino norteamericano pudiera maniobrar para atacar a los alemanes, una gigantesca explosión sacudió al U-65, enviándolo al fondo del mar con todos sus tripulantes, incluido el fantasma del segundo oficial. Este fue el final del U-65, al menos que sepamos… tal vez se haya unido a la flota fantasmagórica que, muy de vez en cuando se deja ver por todos los mares del mundo, como es el caso del Holandés Errante. Y es que los fantasmas se mueven por todo tipo de ambientes.
Antes de que el submarino norteamericano pudiera maniobrar para atacar a los alemanes, una gigantesca explosión sacudió al U-65, enviándolo al fondo del mar con todos sus tripulantes, incluido el fantasma del segundo oficial. Este fue el final del U-65, al menos que sepamos… tal vez se haya unido a la flota fantasmagórica que, muy de vez en cuando se deja ver por todos los mares del mundo, como es el caso del Holandés Errante. Y es que los fantasmas se mueven por todo tipo de ambientes.
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