Fulcanelli (retrato muy "velazqueño") |
Se trata de un personaje enigmático a la vez que muy influyente en el ocultismo del siglo XX. Su biografía es muy corta, yo diría que escueta. Su nombre: desconocido, su lugar de nacimiento: desconocido, ocupación: desconocida. Aunque luego hablaré de las distintas hipótesis que circulan sobre la verdadera identidad de este autor, lo cierto es, que a día de hoy, no se sabe absolutamente nada de él. De hecho, hay quien dice que no era una persona, sino un grupo de estudiosos de la Alquimia.
En primer lugar habría que conocer la obra para después intentar ubicar al autor, si es que esto es posible. El primer libro de Fulcanelli fue escrito en 1.922 y apareció publicado el año en 1.925 o 1.926, según las fuentes, en París. Se trata de “El misterio de las catedrales” (Le Mystère des Cathédrales et l’interprétation ésotérique des symboles hermétiques du Grand-Œuvre)).
En este primer libro, Fulcanelli desmenuza los pasos de la Gran Obra a través del estudio de diversas tallas y esculturas en una serie de construcción es francesas, concretamente las catedrales de París y Amiens y dos edificios en Bourges: el palacio de Jacques-Coeur y la mansión Lallemant y una Cruz, la de Hendaya.
Lo más interesante de este libro es que podemos quedarnos simplemente con el texto literal, que constituye un interesante estudio de arte o bien ir más allá y seguir paso a paso el trabajo alquímico que nos va siendo mostrado de forma ordenada. Este libro tendrá una entrada en su momento, puesto que es un auténtico clásico del Alquimia de los últimos tiempos.
No me resisto a apuntar un párrafo perteneciente al prólogo de la primera edición escrito por el supuesto discípulo de Fulcanelli, Eugène Canseliet y que resume perfectamente lo que se puede esperar de esta obra:
“Los hermetistas -o al menos los que son dignos de este nombre- descubrirán otra cosa en él. Dicen que del contraste de la ideas nace la luz; ellos descubrirán que aquí, merced a la confrontación del Libro con el Edificio, despréndese el Espíritu y muere la Letra. Fulcanelli hizo, para ellos, el primer esfuerzo; a los hermetistas corresponde hacer el último. El camino que falta por recorrer es breve. Pero hace falta conocerlo bien y no caminar sin saber adónde uno va”.
Su siguiente obra sería “Las moradas filosofales” (Es Demeures philosophales et le Symbolisme hermétique dans ses rapports avec l'art sacré et l'ésotérisme du grand-œuvre)] publicado en 1.930. Si bien hay quien considera este volumen como la segunda parte de su obra anterior, no es así exactamente. Quizás sería más correcto decir que es un complemento mejor que una continuación.
En “Las moradas filosofales” se nos ofrecen interesantes contenidos Alquímicos, pero lo que me parece más sustancioso es el estudio que hace Fulcanelli de algunos de los grandes mitos de la humanidad como, por ejemplo, el Diluvio Universal, la Atlántida o el mito alquímico de Adán y Eva. Como sucedía con su anterior obra, este libro puede leerse de una forma más literal, o bien centrarse en las enseñanzas Alquímicas que en realidad, que esa fue la intención verdadera de Fulcanelli.
Leamos un interesante párrafo extraído del prólogo a la 1ª edición escrito por Canseliet:
“Entre los autores antiguos y los escritos modernos, Fulcanelli es, sin discusión, uno de los más sinceros y convincentes. Establece la teoría hermética sobre bases sólidas, las apoya en hechos analógicos evidentes y, después, la expone de una manera simple y precisa. Para descubrir sobre qué reposan los principios del arte, gracias al desarrollo claro y firme, al estudiante le quedan pocos esfuerzos que hacer. Incluso le será posible acumular gran número de conocimientos necesarios. Así pertrechado, podrá entonces intentar su gran labor y abandonar el ámbito especulativo por el de las realizaciones positivas”.
Por último, aproximadamente en 1.999, apareció un manuscrito llamado “Finis Gloriae Mundi” encontrado por Jacques d’Arès. Realmente, muchos estudiosos de Fulcanelli desconfían de su autoría y piensan que es un apócrifo.
Las hipótesis sobre la verdadera personalidad de Fulcanelli son de lo más variado y florido, solo voy a dar algunos nombres, pues la lista sería francamente larga. El primer candidato es el supuesto discípulo y albacea de su obra Eugène Canseliet, evidentemente él fue quien puso en circulación los dos libros atribuidos con seguridad a Fulcanelli. Era, por decirlo de algún modo, el único puente entre el autor y el resto del mundo, lo que hace plantearse las siguientes preguntas: ¿protegía la identidad de su maestro? ¿era esta una manera de alejar la atención de él, en caso de ser Fulcanelli él mismo?
Canseliet desmintió categóricamente que él fuese realmente Fulcanelli, así que, si esto es cierto, se llevó es secreto de su verdadera identidad a la tumba. También se cree que Fulcanelli era realmente el nombre de un grupo de sabios alquimistas que eligieron como portavoz a Canseliet. No se libró de las especulaciones el arquitecto restaurador de catedrales góticas Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc, del que se conocía su enorme interés por la Alquimia.
Lo más interesante de este libro es que podemos quedarnos simplemente con el texto literal, que constituye un interesante estudio de arte o bien ir más allá y seguir paso a paso el trabajo alquímico que nos va siendo mostrado de forma ordenada. Este libro tendrá una entrada en su momento, puesto que es un auténtico clásico del Alquimia de los últimos tiempos.
No me resisto a apuntar un párrafo perteneciente al prólogo de la primera edición escrito por el supuesto discípulo de Fulcanelli, Eugène Canseliet y que resume perfectamente lo que se puede esperar de esta obra:
“Los hermetistas -o al menos los que son dignos de este nombre- descubrirán otra cosa en él. Dicen que del contraste de la ideas nace la luz; ellos descubrirán que aquí, merced a la confrontación del Libro con el Edificio, despréndese el Espíritu y muere la Letra. Fulcanelli hizo, para ellos, el primer esfuerzo; a los hermetistas corresponde hacer el último. El camino que falta por recorrer es breve. Pero hace falta conocerlo bien y no caminar sin saber adónde uno va”.
Su siguiente obra sería “Las moradas filosofales” (Es Demeures philosophales et le Symbolisme hermétique dans ses rapports avec l'art sacré et l'ésotérisme du grand-œuvre)] publicado en 1.930. Si bien hay quien considera este volumen como la segunda parte de su obra anterior, no es así exactamente. Quizás sería más correcto decir que es un complemento mejor que una continuación.
En “Las moradas filosofales” se nos ofrecen interesantes contenidos Alquímicos, pero lo que me parece más sustancioso es el estudio que hace Fulcanelli de algunos de los grandes mitos de la humanidad como, por ejemplo, el Diluvio Universal, la Atlántida o el mito alquímico de Adán y Eva. Como sucedía con su anterior obra, este libro puede leerse de una forma más literal, o bien centrarse en las enseñanzas Alquímicas que en realidad, que esa fue la intención verdadera de Fulcanelli.
Leamos un interesante párrafo extraído del prólogo a la 1ª edición escrito por Canseliet:
“Entre los autores antiguos y los escritos modernos, Fulcanelli es, sin discusión, uno de los más sinceros y convincentes. Establece la teoría hermética sobre bases sólidas, las apoya en hechos analógicos evidentes y, después, la expone de una manera simple y precisa. Para descubrir sobre qué reposan los principios del arte, gracias al desarrollo claro y firme, al estudiante le quedan pocos esfuerzos que hacer. Incluso le será posible acumular gran número de conocimientos necesarios. Así pertrechado, podrá entonces intentar su gran labor y abandonar el ámbito especulativo por el de las realizaciones positivas”.
Por último, aproximadamente en 1.999, apareció un manuscrito llamado “Finis Gloriae Mundi” encontrado por Jacques d’Arès. Realmente, muchos estudiosos de Fulcanelli desconfían de su autoría y piensan que es un apócrifo.
Las hipótesis sobre la verdadera personalidad de Fulcanelli son de lo más variado y florido, solo voy a dar algunos nombres, pues la lista sería francamente larga. El primer candidato es el supuesto discípulo y albacea de su obra Eugène Canseliet, evidentemente él fue quien puso en circulación los dos libros atribuidos con seguridad a Fulcanelli. Era, por decirlo de algún modo, el único puente entre el autor y el resto del mundo, lo que hace plantearse las siguientes preguntas: ¿protegía la identidad de su maestro? ¿era esta una manera de alejar la atención de él, en caso de ser Fulcanelli él mismo?
Canseliet desmintió categóricamente que él fuese realmente Fulcanelli, así que, si esto es cierto, se llevó es secreto de su verdadera identidad a la tumba. También se cree que Fulcanelli era realmente el nombre de un grupo de sabios alquimistas que eligieron como portavoz a Canseliet. No se libró de las especulaciones el arquitecto restaurador de catedrales góticas Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc, del que se conocía su enorme interés por la Alquimia.
Eugène Canseliet |
Otro posible candidato es Julien Champagne, el ilustrador de los libros de Fulcanelli. También se habla de un científico e inventor francés, Jules Violle. Hay unos cuantos posibles “Fulcanellis”, pero estas son las hipótesis más creíbles. Sin olvidar, por supuesto, que nuestro autor podría ser perfectamente una persona completamente anónima y cuyo nombre nos es desconocido. Como no podría ser de otro modo, están las explicaciones más impactantes que giran en torno a la reencarnación de un personaje como Nicolas Flamel o incluso Saint-Germain. Dudo mucho que alguna vez se sepa algo.
La biografía que se maneja de Fulcanelli, como puede imaginarse, es nebulosa. Se da como posible fecha de nacimiento el año 1.877 y la muerte se habría producido en 1.932. Evidentemente esto tiene tantos visos de ser verdad como de no serlo. Lo que es interesante es la anécdota que cuenta Louis Pauwels, autor junto con Jacques Bergier del mítico libro “El retorno de los brujos” sobre un posible encuentro del propio Bergier con Fulcanelli en 1.937:
“A petición de André Helbronner (notable físico nuclear francés), mi amigo (Jacques Bergier, asistente de Helbronner) se entrevistó con el misterioso personaje en el prosaico escenario de un laboratorio de ensayos de la Sociedad del Gas, de París. He aquí, exactamente, su conversación:
“Monsieur André Helbronner, del que tengo entendido que es usted ayudante, anda buscando la energía nuclear. Monsieur Helbronner ha tenido la amabilidad de ponerme al corriente de algunos de los resultados obtenidos, especialmente de la aparición de la radioactividad correspondiente al Polonio, cuando un hilo de Bismuto es volatilizado por una descarga eléctrica en el seno del deuterio a alta presión. Están ustedes muy cerca del éxito, al igual que algunos otros sabios contemporáneos.
¿Me permite usted que le ponga en guardia? Los trabajos a que se dedican ustedes y sus semejantes son terriblemente peligrosos. Y no son sólo ustedes los que están en peligro, sino también la humanidad entera. La liberación de la energía nuclear es más fácil de lo que piensa. Y la radiactividad superficial producida puede envenenar la atmósfera del planeta en algunos años. Además, pueden fabricarse explosivos atómicos con algunos gramos de metal y arrasar ciudades enteras. Se lo digo claramente: los alquimistas lo saben desde hace mucho tiempo”.
Bergier se dispuso a interrumpirle, protestando. ¡Los alquimistas y la física moderna! Iba a prorrumpir en sarcasmos, cuando el otro lo atajó:
“Ya sé lo que va a decirme: los alquimistas no conocían la estructura del núcleo, no conocían la electricidad, no tenían ningún medio de detección. No pudieron, pues, realizar ninguna transmutación, no pudieron, pues, liberar jamás la energía nuclear. No intentaré demostrarle lo que voy a decirle ahora, pero le ruego que lo repita a Monsieur Helbronner: bastan ciertas disposiciones geométricas de materiales extremadamente puros para desencadenar las fuerzas atómicas, sin necesidad de utilizar la electricidad o la técnica del vacío. Y ahora me limitaré a leerle unas breves líneas”.
El hombre tomó de encima de su escritorio la obra de Fréderic Soddy, L’interprétation du Radium, la abrió y leyó:
“Pienso que existieron en el pasado civilizaciones que conocieron la energía del átomo y que fueron totalmente destruidas por el mal uso de esta energía”.
Después prosiguió:
“Le ruego que admita que algunas técnicas parciales han sobrevivido. Le pido también que reflexione sobre el hecho de que los alquimistas mezclaban preocupaciones morales y religiosas con sus experimentos, mientras que la Física moderna nació en el siglo XVIII de la diversión de algunos señores y de algunos ricos libertinos. CIENCIA SIN CONCIENCIA...”
He creído que hacía bien advirtiendo a algunos investigadores, aquí y allá, pero no tengo la menor esperanza de que mi advertencia fructifique. Por lo demás, no necesito la esperanza.
Bergier se permitió hacer una pregunta:
“— Si usted mismo es alquimista, señor, no puedo creer que emplee su tiempo en el intento de fabricar oro, como Dunikovski o el doctor Miethe. Desde hace un año, estoy tratando de documentarme sobre la alquimia y sólo he tropezado con charlatanes o con interpretaciones que me parecen fantásticas”. ¿Podría usted, señor, decirme en qué consisten sus investigaciones?
“— Me pide usted que resuma en cuatro minutos cuatro mil años de filosofía y los esfuerzos de toda mi vida. Me pide, además, que le traduzca en lenguaje claro conceptos que no admiten el lenguaje claro. Puedo, no obstante, decirle esto: no ignora usted que, en la Ciencia Oficial hoy en progreso, el papel del observador es cada vez más importante. La relatividad, el principio de incertidumbre, muestran hasta qué punto interviene hoy el observador en los fenómenos. El secreto de la Alquimia es éste: existe un medio de manipular la materia y la energía de manera que se produzca lo que los científicos contemporáneos llamarían un campo de fuerza. Este campo de fuerza, actúa sobre el observador y le coloca en una situación privilegiada frente al universo. Desde este punto privilegiado tiene acceso a realidades que el espacio y el tiempo, la materia y la energía, suelen ocultarnos. Es lo que nosotros llamamos la Gran Obra.”
La biografía que se maneja de Fulcanelli, como puede imaginarse, es nebulosa. Se da como posible fecha de nacimiento el año 1.877 y la muerte se habría producido en 1.932. Evidentemente esto tiene tantos visos de ser verdad como de no serlo. Lo que es interesante es la anécdota que cuenta Louis Pauwels, autor junto con Jacques Bergier del mítico libro “El retorno de los brujos” sobre un posible encuentro del propio Bergier con Fulcanelli en 1.937:
“A petición de André Helbronner (notable físico nuclear francés), mi amigo (Jacques Bergier, asistente de Helbronner) se entrevistó con el misterioso personaje en el prosaico escenario de un laboratorio de ensayos de la Sociedad del Gas, de París. He aquí, exactamente, su conversación:
“Monsieur André Helbronner, del que tengo entendido que es usted ayudante, anda buscando la energía nuclear. Monsieur Helbronner ha tenido la amabilidad de ponerme al corriente de algunos de los resultados obtenidos, especialmente de la aparición de la radioactividad correspondiente al Polonio, cuando un hilo de Bismuto es volatilizado por una descarga eléctrica en el seno del deuterio a alta presión. Están ustedes muy cerca del éxito, al igual que algunos otros sabios contemporáneos.
¿Me permite usted que le ponga en guardia? Los trabajos a que se dedican ustedes y sus semejantes son terriblemente peligrosos. Y no son sólo ustedes los que están en peligro, sino también la humanidad entera. La liberación de la energía nuclear es más fácil de lo que piensa. Y la radiactividad superficial producida puede envenenar la atmósfera del planeta en algunos años. Además, pueden fabricarse explosivos atómicos con algunos gramos de metal y arrasar ciudades enteras. Se lo digo claramente: los alquimistas lo saben desde hace mucho tiempo”.
Bergier se dispuso a interrumpirle, protestando. ¡Los alquimistas y la física moderna! Iba a prorrumpir en sarcasmos, cuando el otro lo atajó:
“Ya sé lo que va a decirme: los alquimistas no conocían la estructura del núcleo, no conocían la electricidad, no tenían ningún medio de detección. No pudieron, pues, realizar ninguna transmutación, no pudieron, pues, liberar jamás la energía nuclear. No intentaré demostrarle lo que voy a decirle ahora, pero le ruego que lo repita a Monsieur Helbronner: bastan ciertas disposiciones geométricas de materiales extremadamente puros para desencadenar las fuerzas atómicas, sin necesidad de utilizar la electricidad o la técnica del vacío. Y ahora me limitaré a leerle unas breves líneas”.
El hombre tomó de encima de su escritorio la obra de Fréderic Soddy, L’interprétation du Radium, la abrió y leyó:
“Pienso que existieron en el pasado civilizaciones que conocieron la energía del átomo y que fueron totalmente destruidas por el mal uso de esta energía”.
Después prosiguió:
“Le ruego que admita que algunas técnicas parciales han sobrevivido. Le pido también que reflexione sobre el hecho de que los alquimistas mezclaban preocupaciones morales y religiosas con sus experimentos, mientras que la Física moderna nació en el siglo XVIII de la diversión de algunos señores y de algunos ricos libertinos. CIENCIA SIN CONCIENCIA...”
He creído que hacía bien advirtiendo a algunos investigadores, aquí y allá, pero no tengo la menor esperanza de que mi advertencia fructifique. Por lo demás, no necesito la esperanza.
Bergier se permitió hacer una pregunta:
“— Si usted mismo es alquimista, señor, no puedo creer que emplee su tiempo en el intento de fabricar oro, como Dunikovski o el doctor Miethe. Desde hace un año, estoy tratando de documentarme sobre la alquimia y sólo he tropezado con charlatanes o con interpretaciones que me parecen fantásticas”. ¿Podría usted, señor, decirme en qué consisten sus investigaciones?
“— Me pide usted que resuma en cuatro minutos cuatro mil años de filosofía y los esfuerzos de toda mi vida. Me pide, además, que le traduzca en lenguaje claro conceptos que no admiten el lenguaje claro. Puedo, no obstante, decirle esto: no ignora usted que, en la Ciencia Oficial hoy en progreso, el papel del observador es cada vez más importante. La relatividad, el principio de incertidumbre, muestran hasta qué punto interviene hoy el observador en los fenómenos. El secreto de la Alquimia es éste: existe un medio de manipular la materia y la energía de manera que se produzca lo que los científicos contemporáneos llamarían un campo de fuerza. Este campo de fuerza, actúa sobre el observador y le coloca en una situación privilegiada frente al universo. Desde este punto privilegiado tiene acceso a realidades que el espacio y el tiempo, la materia y la energía, suelen ocultarnos. Es lo que nosotros llamamos la Gran Obra.”
Jacques Bergier |
Pero, ¿y la piedra filosofal? ¿Y la fabricación del oro?
“Esto no es más que aplicaciones, casos particulares. LO ESENCIAL NO ES LA TRASMUTACIÓN DE LOS METALES, SINO LA DEL PROPIO EXPERIMENTADOR. ES UN SECRETO ANTIGUO QUE VARIOS HOMBRES ENCONTRARÁN TODOS LOS SIGLOS”.
¿Y en qué se convierten entonces?
“Tal vez algún día lo sabrá”.
“Mi amigo no vería nunca más a aquel hombre, que dejó un rastro imborrable bajo el nombre de Fulcanelli. Todo lo que sabemos de él es que sobrevivió a la guerra y desapareció completamente después de la Liberación. Todas las gestiones para encontrarlo fracasaron. Estas gestiones fueron bien reales, pues las llevó a cabo la comisión “Alsos”, patrocinada por la CIA americana, que, después de 1945, tenía órdenes muy estrictas de encontrar a todos los que hubiesen tenido relación alguna con la ciencia atómica en Europa. Bergier fue llamado a declarar, pero no pudo proporcionar ninguna pista al comandante que lo interrogó. Este le permitió examinar el primer documento conocido sobre la utilización militar del átomo. Jacques Bergier comprobó entonces que se había descrito perfectamente la pila atómica como “una estructuración geométrica de sustancias extremadamente puras” y que, por otra parte, ese mecanismo no requería la electricidad ni la técnica del vacío, tal como lo había predicho Fulcanelli.
El informe acababa exponiendo la posibilidad de que se produjera una contaminación atmosférica susceptible a extenderse a todo el planeta. Se comprende que tanto Bergier como los oficiales americanos desearan encontrar a un hombre cuya existencia era una prueba fehaciente de que la ciencia alquímica llevaba muchas décadas de ventaja a la ciencia oficial. Y si Fulcanelli ocupaba una posición tan ventajosa respecto a los conocimientos atómicos, también debería estar bien informado sobre muchos otros asuntos, y tal vez por eso fueran vanas todas las pesquisas”.
He de aclarar que de esto no hay ningún testimonio, salvo las palabras de Bergier. Fulcanelli es y seguirá siendo un misterio, tal vez alguien, en algún momento, desvele la incógnita de su verdadera identidad y averigüe, además, si realmente era un gran alquimista o un charlatán. De momento, lo más que se puede hacer es estudiar su obra, reflexionar sobre ella y, quien se atreva, poner en práctica lo aprendido Aunque son libros un tanto complejos de leer, pienso que merece la pena intentarlo:
Gracias por tan magno artículo.
ResponderEliminarSe agradece tu conocimiento y dedicación.
Saludos desde Chile.
Hola, Rodrigo
ResponderEliminarGracias a tí por tu comentario, sobre todo por resaltar los aspectos positivos, algo que siempre se agradece.
Espero que sigan siendo de tu agrado los contenidos
Saludos y nos seguimos leyendo