Jayne Mansfield fue una de esas actrices que
podríamos encuadrar dentro del prototipo “rubia curvilínea y despampanante” que
hicieron furor en el cine de los años 50, en la estela de figuras tan
emblemáticas como la de Marilyn Monroe. Sin embargo, su muerte violenta,
rodeada de muchos puntos oscuros, acaecida el 29 de junio de 1.967 en la
Autopista 90 en dirección a Nueva Orleans, cuando tan solo tenía 34 años, sigue
siendo a día de hoy un auténtico misterio. Pero para ponernos en situación,
hagamos un breve repaso de su biografía.
Su verdadero nombre era Vera Jayne Palmer y
nació en Bryn Mawr, una pequeña localidad perteneciente al estado de
Pensilvania, en la costa este de Estados Unidos, el 19 de abril de 1.933.
Siendo muy pequeña, aproximadamente 3 años, presenció la muerte de su padre,
que sufrió un infarto mientras conducía el coche en el que viajaban además Jayne
y su madre. Afortunadamente ambas salieron ilesas del incidente.
Pocos años después, su madre se volvió a casar
y la familia se trasladó a Dallas. Jayne siempre tuvo el sueño de ser actriz y
a pesar de contraer matrimonio muy joven con su novio del instituto, Paul Mansfield,
en 1.950 y del nacimiento once meses después de su primera hija, Jayne Marie,
no cejó en su empeño y tomó clases de interpretación en la Universidad de
Texas, además de apuntarse a cualquier concurso de belleza que se celebrase y
aparecer en varios programas de televisiones locales.
Consciente de que si quería triunfar en el
mundo del espectáculo, debía trasladarse al lugar donde más oportunidades
tendría, se instaló en Los Ángeles, algo que acabó con su breve matrimonio en
el año 1.954. Pero Jayne tenía claro lo que quería y, consciente de sus
limitaciones interpretativas, explotó su imagen física con una astuta campaña
de autopromoción. Yo creo que si hubiese vivido en esta época, sin duda sería
una de las estrellas de Instragram y cualquier red social, una especie de
Kardashian rubia platino.
Fue a raíz de su aparición en la revista
“Playboy” en 1.955, cuando su carrera empezó a despegar, primero con pequeños
papeles en el cine y sobre todo con una obra teatral: “Una mujer de cuidado”,
que contra todo pronóstico fue un verdadero éxito. Después llegaron varias
películas: la versión cinematográfica de “Una mujer de cuidado”, “Bésalas por
mí”, “La rubia y el sheriff”, entre otras. Además tuvo tiempo de grabar algunos
discos e incluso volver a casarse en 1.958 con un culturista húngaro, que había
sido Mr. Universo, Mickey Hargitay, con quien tuvo tres hijos, Miklós, Zoltan y
Mariska, y de quien se divorciaría seis años más tarde.
Durante unos años vivió lo que se podría
definir como días de vino y rosas, aún cuando mucha gente no veía en ella más
que una caricatura de Marilyn Monroe, actuó en algunas películas importantes y
hasta recogió varios premios, Globo de Oro incluido. Sus extravagancias y
desmanes, siempre inteligentemente publicitados, hacían las delicias de un
público fiel. Las fiestas, excesos alcohólicos y de cualquier tipo de
sustancias estupefacientes, su delirante mansión conocida como el Palacio Rosa,
una surrealista construcción completamente rosa digna de la muñeca Barbie, con
piscina en forma de corazón incluida… todo esto, y alguna cosa más, hizo que
estuviera en el punto máximo de su carrera. Pero llegaron los años 60 y ahí comenzó
su temprana decadencia. El tipo de papeles que hacía estaban demasiado vistos y
ya no resultaba tan llamativo el cliché de rubia explosiva. Siguió participando
en películas cada vez más mediocres a la vez que publicitándose siempre que
tenía ocasión, aunque fuera a base de escándalos. Pocos meses después de su
segundo divorcio, se casó con el director Matt Cimber, con quien tuvo a
Antonio, su quinto hijo, y del que se separó en 1.966, para comenzar una
relación con su abogado Sam Brody.
Fue ese año precisamente, en el mes de
octubre, durante la presentación del Festival de Cine de San Francisco, cuando
conoció a un personaje que daría un nuevo rumbo a su vida, nada más y nada
menos que Anton LaVey, el creador de la Iglesia de Satán.
Jayne y Sam fueron invitados a la casa - museo
de LaVey, en Richmond, conocida como la Casa Negra. Allí su anfitrión les
mostró su curiosa colección de objetos esotéricos, grimorios y herramientas
rituales. Como deferencia a sus ilustres invitados, incluso les permitió
acceder al altar sobre el que practicaba sus oscuras ceremonias. Pero, si bien
Jayne estaba entusiasmada con la visita, pues siempre tuvo interés por los
temas ocultos, Sam, que era bastante escéptico, hizo algunos comentarios
despectivos que no gustaron nada a LaVey. Ahí fue cuando el “papa negro” le
maldijo vaticinando su muerte en un accidente automovilístico en el plazo de un
año. En un apartado, recomendó a la actriz que se alejase de Sam, puesto que la
maldición podría alcanzarla si seguía con él.
La corta estancia en la Casa Negra impactó
hondamente a Jayne. Durante meses se convirtió en una alumna aplicada de la
doctrina de LaVey y practicante convencida de sus rituales. Según contó años
más tarde su amiga y biógrafa May Mann, Jayne entró a formar parte de la
Iglesia de Satán. Durante el juicio que mantuvo con su tercer marido, Matt
Cimber por la custodia de su hijo menor, acudió a LaVey pidiendo su ayuda para que
interviniese mágicamente poniendo a la justicia de su lado. Cuando
salió la sentencia, favorable a ella, se convenció aún más de la fuerza
poderosa de las doctrinas satánicas.
En otra ocasión, uno de los hijos de Jayne, Zoltan,
que había acompañado a su madre a una sesión fotográfica promocional en un zoológico,
fue atacado por un león resultando herido de gravedad. De nuevo buscó la
intervención mágica de LaVey y la rápida mejoría de Zoltan reforzó su fe en la
doctrina satánica.
Su relación con LaVey era muy curiosa, según
se dice, él estaba verdaderamente obsesionado con ella, mientras que para Jayne
no era más que un pasatiempo con el que se entretenía provocándole para luego
desdeñarle.
Lo cierto es que los meses anteriores a su
fallecimiento, la vida parecía complacerse en importunar a Jayne. Desde el
accidente de su hijo, a un robo de joyas, acusaciones de evasión de impuestos
y, lo que más preocupante resultó, un primer accidente automovilístico que sufrió
junto a Sam y del que afortunadamente salieron ilesos, seguido de otro segundo
accidente de Sam que se saldó con algunas lesiones. A eso se unía una relación cada
vez más deteriorada con su pareja y también una carrera en franca decadencia
que la había llevado a actuar en clubs nocturnos con desigual éxito.
Para intentar promocionarse, accedió a montar
un reportaje fotográfico junto a LaVey en su Palacio Rosa, en el que
escenificaban una serie de rituales satánicos. Esto fue a principios de junio
de 1.967. A finales de ese mismo mes, se produciría el fatal desenlace. Era la
noche del día 28 al 29, y Jayne viajaba acompañada de Sam y tres de sus hijos
en un coche conducido por un chófer cortesía del club donde había actuado, desde
Biloxi, (Mississippi) a Nueva Orleans. En un tramo de la autopista 90 por donde
circulaban, el coche se empotró contra la parte trasera de un camión. En
impacto fue brutal. Los tres adultos que viajaban en la parte delantera
murieron en el acto, los tres pequeños, en la parte trasera, sufrieron algunas
magulladuras (aparte de la enorme impresión que debió producirles lo que allí
vivieron), pero sin mayores consecuencias.
Como podéis ver en la fotografía, el coche
quedó destrozado. Hay fotos por internet en las que se pueden apreciar los
cadáveres parcialmente tapados, pero no me gusta recrearme en detalles morbosos
y con esta imagen se pueden comprobar de sobra los resultados del terrible
accidente. Durante muchos años se dio por sentada la decapitación en el momento
del impacto de Jayne. Esto alimentó la leyenda urbana que asegura que en el
mismo momento del accidente, a muchos kilómetros de allí, Anton LaVey estaba
recortando de una revista una fotografía suya, cuando dio la vuelta al recorte,
vio que aparecía la cabeza de la actriz, sin ser consciente de ello, había
separado la cabeza del cuerpo. Pero la autopsia desveló que Jayne Mansfield
había muerto por un traumatismo craneoencefálico. El mito surgió porque en una
de las fotografías que tomo la policía del lugar del accidente, se veía lo que
parecía ser una cabeza rubia sobre el capó del coche, mientras el cuerpo yacía
en el suelo. No era su cabeza, era la peluca que solía llevar.
Tras su muerte, el Palacio Rosa, según el
testimonio de diversos testigos, siguió siendo el centro de actividades de
Jayne Mansfield, o mejor dicho, de su fantasma, al que no parecía gustarle que
su casa estuviese en manos ajenas a su familia.
La casa fue primero vendida a un banquero.
Poco después de que se instalara con su familia, uno de sus hijos encontró en
la propiedad una moto Honda rosa que había pertenecido a la actriz. Decidió
salir a dar una vuelta con ella por los alrededores, pero fue arrollado por un
coche muriendo en el acto. La familia decidió abandonar la casa al poco tiempo.
Su siguiente propietaria fue nada menos que la
cantante Mama Cass, del grupo The Mamas & The Papas. Al poco tiempo de
instalarse, viajó a Londres para participar en algunos programas de televisión
y dejó a su marido para supervisar la redecoración de la mansión. Mama Cass
murió de un paro cardíaco en su estancia londinense.
La siguiente propietaria de la casa, una mujer
en apariencia normal, empezó a experimentar una obsesión inexplicable con Jayne
Mansfield a raíz de encontrar algunos de sus vestidos y decidir utilizarlos. Se
gastó una verdadera fortuna en comprar objetos que pertenecieron a la actriz y
trataba de imitar su aspecto, cirugías incluidas. Algo que comenzó a preocupar
a sus amistades. Ella reconocía que no sabía por qué lo hacía, pero no podía
evitarlo.
Según contó, una noche escuchó
la voz de una mujer rogándole que "saliera de la casa". Asustada y
siendo conocedora de la suerte que habían corrido los dos inquilinos
anteriores, decidió abandonar definitivamente la casa.
El siguiente ocupante de
la Casa Rosa fue el simpático Beatle Ringo Starr. No utilizaba la casa para
vivir de forma permanente, más bien la destinó a sus fiestas y estancias
temporales. Decidió pintar de blanco el exterior de la casa, pues el rosa
predominante era un tanto chillón para su gusto. Pronto, sin embargo, la casa perdió la capa de pintura blanca para volverse rosa de nuevo. Fue
repintada de nuevo, utilizando un sellador y dos capas de pintura, pero se
volvió rosa una vez más, parecía que Jayne no era partidaria de que la casa
perdiera su color identificativo. Tras varios pintados y repintados, a lo largo
de los años, se consiguió que la casa permaneciera blanca hasta su demolición.
Otro ilustre habitante de la casa, fue el
cantante Englebert Humperdinck, de quien se rumoreó en su día que tuvo una
relación con Jayne, y que compró la casa en 1.977. Los hechos extraños se sucedían
en los primeros años de su estancia en ella. Según sus propias palabras, no era
infrecuente percibir en cualquier estancia el perfume que solía utilizar la
actriz. También confesó que vio a su fantasma bajando por la escalera.
De hecho, no solo los sucesivos inquilinos del
Palacio Rosa vivieron toda clase de fenómenos; tanto varios trabajadores de las
diversas reformas que se fueron haciendo a lo largo de los años como algunos
invitados, sintieron presencias, oyeron ruidos, vieron como se producían
movimientos de objetos e incluso hubo alguna aparición de Jayne. La más
divertida fue una que, según se contó, situaba al fantasma de la actriz en
biquini junto a la piscina.
En 1.980, Englebert hizo bendecir la casa y, parece
ser que los sucesos paranormales cesaron por completo hasta su demolición en
1.997.
Si bien la muerte de Jayne Mansfield fue un
suceso trágico, tuvo su lado positivo y es que, a raíz del accidente, el gobierno federal de Estados Unidos obligó por ley a instalar barras protectoras
en la parte trasera de los camiones tráiler. Estas barras sirven para que, si se produce el choque de un
automóvil contra la parte trasera de un camión, tope con la barra evitando que
el filo inferior del camión atraviese el parabrisas, que fue lo que ocurrió esa
noche. La barra fue rebautizada popularmente como “barra Mansfield” en
su honor y seguro que se sentiría orgullosa al saber que gracias a ella se han
salvado desde entonces muchas vidas.
La verdad es que poco sabía sobre esta actriz,
pero indagando sobre ella me ha parecido un personaje fascinante. Tiene
episodios increíbles, como su disparatado encuentro con los Beatles o su
surrealista intervención en un programa televisivo en España con el Dúo
Dinámico tocando ella el violín… Fascinante.
Si os ha interesado esta historia o queréis conocer más misterios y leyendas dentro del mundo del cine, os recomiendo el libro "Malditas películas" de Miguel Ángel Prieto (ed. T&cB), en el que conocí esta y otras muchas historias inquietantes.
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