lunes, 16 de julio de 2018

LA MUERTE DE JAYNE MANSFIELD

Jayne Mansfield fue una de esas actrices que podríamos encuadrar dentro del prototipo “rubia curvilínea y despampanante” que hicieron furor en el cine de los años 50, en la estela de figuras tan emblemáticas como la de Marilyn Monroe. Sin embargo, su muerte violenta, rodeada de muchos puntos oscuros, acaecida el 29 de junio de 1.967 en la Autopista 90 en dirección a Nueva Orleans, cuando tan solo tenía 34 años, sigue siendo a día de hoy un auténtico misterio. Pero para ponernos en situación, hagamos un breve repaso de su biografía.

Su verdadero nombre era Vera Jayne Palmer y nació en Bryn Mawr, una pequeña localidad perteneciente al estado de Pensilvania, en la costa este de Estados Unidos, el 19 de abril de 1.933. Siendo muy pequeña, aproximadamente 3 años, presenció la muerte de su padre, que sufrió un infarto mientras conducía el coche en el que viajaban además Jayne y su madre. Afortunadamente ambas salieron ilesas del incidente.
Pocos años después, su madre se volvió a casar y la familia se trasladó a Dallas. Jayne siempre tuvo el sueño de ser actriz y a pesar de contraer matrimonio muy joven con su novio del instituto, Paul Mansfield, en 1.950 y del nacimiento once meses después de su primera hija, Jayne Marie, no cejó en su empeño y tomó clases de interpretación en la Universidad de Texas, además de apuntarse a cualquier concurso de belleza que se celebrase y aparecer en varios programas de televisiones locales.


Consciente de que si quería triunfar en el mundo del espectáculo, debía trasladarse al lugar donde más oportunidades tendría, se instaló en Los Ángeles, algo que acabó con su breve matrimonio en el año 1.954. Pero Jayne tenía claro lo que quería y, consciente de sus limitaciones interpretativas, explotó su imagen física con una astuta campaña de autopromoción. Yo creo que si hubiese vivido en esta época, sin duda sería una de las estrellas de Instragram y cualquier red social, una especie de Kardashian rubia platino.

Fue a raíz de su aparición en la revista “Playboy” en 1.955, cuando su carrera empezó a despegar, primero con pequeños papeles en el cine y sobre todo con una obra teatral: “Una mujer de cuidado”, que contra todo pronóstico fue un verdadero éxito. Después llegaron varias películas: la versión cinematográfica de “Una mujer de cuidado”, “Bésalas por mí”, “La rubia y el sheriff”, entre otras. Además tuvo tiempo de grabar algunos discos e incluso volver a casarse en 1.958 con un culturista húngaro, que había sido Mr. Universo, Mickey Hargitay, con quien tuvo tres hijos, Miklós, Zoltan y Mariska, y de quien se divorciaría seis años más tarde.

Durante unos años vivió lo que se podría definir como días de vino y rosas, aún cuando mucha gente no veía en ella más que una caricatura de Marilyn Monroe, actuó en algunas películas importantes y hasta recogió varios premios, Globo de Oro incluido. Sus extravagancias y desmanes, siempre inteligentemente publicitados, hacían las delicias de un público fiel. Las fiestas, excesos alcohólicos y de cualquier tipo de sustancias estupefacientes, su delirante mansión conocida como el Palacio Rosa, una surrealista construcción completamente rosa digna de la muñeca Barbie, con piscina en forma de corazón incluida… todo esto, y alguna cosa más, hizo que estuviera en el punto máximo de su carrera. Pero llegaron los años 60 y ahí comenzó su temprana decadencia. El tipo de papeles que hacía estaban demasiado vistos y ya no resultaba tan llamativo el cliché de rubia explosiva. Siguió participando en películas cada vez más mediocres a la vez que publicitándose siempre que tenía ocasión, aunque fuera a base de escándalos. Pocos meses después de su segundo divorcio, se casó con el director Matt Cimber, con quien tuvo a Antonio, su quinto hijo, y del que se separó en 1.966, para comenzar una relación con su abogado Sam Brody.

Fue ese año precisamente, en el mes de octubre, durante la presentación del Festival de Cine de San Francisco, cuando conoció a un personaje que daría un nuevo rumbo a su vida, nada más y nada menos que Anton LaVey, el creador de la Iglesia de Satán.
Jayne y Sam fueron invitados a la casa - museo de LaVey, en Richmond, conocida como la Casa Negra. Allí su anfitrión les mostró su curiosa colección de objetos esotéricos, grimorios y herramientas rituales. Como deferencia a sus ilustres invitados, incluso les permitió acceder al altar sobre el que practicaba sus oscuras ceremonias. Pero, si bien Jayne estaba entusiasmada con la visita, pues siempre tuvo interés por los temas ocultos, Sam, que era bastante escéptico, hizo algunos comentarios despectivos que no gustaron nada a LaVey. Ahí fue cuando el “papa negro” le maldijo vaticinando su muerte en un accidente automovilístico en el plazo de un año. En un apartado, recomendó a la actriz que se alejase de Sam, puesto que la maldición podría alcanzarla si seguía con él.

La corta estancia en la Casa Negra impactó hondamente a Jayne. Durante meses se convirtió en una alumna aplicada de la doctrina de LaVey y practicante convencida de sus rituales. Según contó años más tarde su amiga y biógrafa May Mann, Jayne entró a formar parte de la Iglesia de Satán. Durante el juicio que mantuvo con su tercer marido, Matt Cimber por la custodia de su hijo menor, acudió a LaVey pidiendo su ayuda para que interviniese mágicamente poniendo a la justicia de su lado. Cuando salió la sentencia, favorable a ella, se convenció aún más de la fuerza poderosa de las doctrinas satánicas.

En otra ocasión, uno de los hijos de Jayne, Zoltan, que había acompañado a su madre a una sesión fotográfica promocional en un zoológico, fue atacado por un león resultando herido de gravedad. De nuevo buscó la intervención mágica de LaVey y la rápida mejoría de Zoltan reforzó su fe en la doctrina satánica.
Su relación con LaVey era muy curiosa, según se dice, él estaba verdaderamente obsesionado con ella, mientras que para Jayne no era más que un pasatiempo con el que se entretenía provocándole para luego desdeñarle.

Lo cierto es que los meses anteriores a su fallecimiento, la vida parecía complacerse en importunar a Jayne. Desde el accidente de su hijo, a un robo de joyas, acusaciones de evasión de impuestos y, lo que más preocupante resultó, un primer accidente automovilístico que sufrió junto a Sam y del que afortunadamente salieron ilesos, seguido de otro segundo accidente de Sam que se saldó con algunas lesiones. A eso se unía una relación cada vez más deteriorada con su pareja y también una carrera en franca decadencia que la había llevado a actuar en clubs nocturnos con desigual éxito.

Para intentar promocionarse, accedió a montar un reportaje fotográfico junto a LaVey en su Palacio Rosa, en el que escenificaban una serie de rituales satánicos. Esto fue a principios de junio de 1.967. A finales de ese mismo mes, se produciría el fatal desenlace. Era la noche del día 28 al 29, y Jayne viajaba acompañada de Sam y tres de sus hijos en un coche conducido por un chófer cortesía del club donde había actuado, desde Biloxi, (Mississippi) a Nueva Orleans. En un tramo de la autopista 90 por donde circulaban, el coche se empotró contra la parte trasera de un camión. En impacto fue brutal. Los tres adultos que viajaban en la parte delantera murieron en el acto, los tres pequeños, en la parte trasera, sufrieron algunas magulladuras (aparte de la enorme impresión que debió producirles lo que allí vivieron), pero sin mayores consecuencias.


Como podéis ver en la fotografía, el coche quedó destrozado. Hay fotos por internet en las que se pueden apreciar los cadáveres parcialmente tapados, pero no me gusta recrearme en detalles morbosos y con esta imagen se pueden comprobar de sobra los resultados del terrible accidente. Durante muchos años se dio por sentada la decapitación en el momento del impacto de Jayne. Esto alimentó la leyenda urbana que asegura que en el mismo momento del accidente, a muchos kilómetros de allí, Anton LaVey estaba recortando de una revista una fotografía suya, cuando dio la vuelta al recorte, vio que aparecía la cabeza de la actriz, sin ser consciente de ello, había separado la cabeza del cuerpo. Pero la autopsia desveló que Jayne Mansfield había muerto por un traumatismo craneoencefálico. El mito surgió porque en una de las fotografías que tomo la policía del lugar del accidente, se veía lo que parecía ser una cabeza rubia sobre el capó del coche, mientras el cuerpo yacía en el suelo. No era su cabeza, era la peluca que solía llevar.

Tras su muerte, el Palacio Rosa, según el testimonio de diversos testigos, siguió siendo el centro de actividades de Jayne Mansfield, o mejor dicho, de su fantasma, al que no parecía gustarle que su casa estuviese en manos ajenas a su familia.
La casa fue primero vendida a un banquero. Poco después de que se instalara con su familia, uno de sus hijos encontró en la propiedad una moto Honda rosa que había pertenecido a la actriz. Decidió salir a dar una vuelta con ella por los alrededores, pero fue arrollado por un coche muriendo en el acto. La familia decidió abandonar la casa al poco tiempo.

Su siguiente propietaria fue nada menos que la cantante Mama Cass, del grupo The Mamas & The Papas. Al poco tiempo de instalarse, viajó a Londres para participar en algunos programas de televisión y dejó a su marido para supervisar la redecoración de la mansión. Mama Cass murió de un paro cardíaco en su estancia londinense.
La siguiente propietaria de la casa, una mujer en apariencia normal, empezó a experimentar una obsesión inexplicable con Jayne Mansfield a raíz de encontrar algunos de sus vestidos y decidir utilizarlos. Se gastó una verdadera fortuna en comprar objetos que pertenecieron a la actriz y trataba de imitar su aspecto, cirugías incluidas. Algo que comenzó a preocupar a sus amistades. Ella reconocía que no sabía por qué lo hacía, pero no podía evitarlo.

Según contó, una noche escuchó la voz de una mujer rogándole que "saliera de la casa". Asustada y siendo conocedora de la suerte que habían corrido los dos inquilinos anteriores, decidió abandonar definitivamente la casa.
El siguiente ocupante de la Casa Rosa fue el simpático Beatle Ringo Starr. No utilizaba la casa para vivir de forma permanente, más bien la destinó a sus fiestas y estancias temporales. Decidió pintar de blanco el exterior de la casa, pues el rosa predominante era un tanto chillón para su gusto. Pronto, sin embargo, la casa perdió la capa de pintura blanca para volverse rosa de nuevo. Fue repintada de nuevo, utilizando un sellador y dos capas de pintura, pero se volvió rosa una vez más, parecía que Jayne no era partidaria de que la casa perdiera su color identificativo. Tras varios pintados y repintados, a lo largo de los años, se consiguió que la casa permaneciera blanca hasta su demolición.

Otro ilustre habitante de la casa, fue el cantante Englebert Humperdinck, de quien se rumoreó en su día que tuvo una relación con Jayne, y que compró la casa en 1.977. Los hechos extraños se sucedían en los primeros años de su estancia en ella. Según sus propias palabras, no era infrecuente percibir en cualquier estancia el perfume que solía utilizar la actriz. También confesó que vio a su fantasma bajando por la escalera.
De hecho, no solo los sucesivos inquilinos del Palacio Rosa vivieron toda clase de fenómenos; tanto varios trabajadores de las diversas reformas que se fueron haciendo a lo largo de los años como algunos invitados, sintieron presencias, oyeron ruidos, vieron como se producían movimientos de objetos e incluso hubo alguna aparición de Jayne. La más divertida fue una que, según se contó, situaba al fantasma de la actriz en biquini junto a la piscina.
En 1.980, Englebert hizo bendecir la casa y, parece ser que los sucesos paranormales cesaron por completo hasta su demolición en 1.997.

Si bien la muerte de Jayne Mansfield fue un suceso trágico, tuvo su lado positivo y es que, a raíz del accidente, el gobierno federal de Estados Unidos obligó por ley a instalar barras protectoras en la parte trasera de los camiones tráiler. Estas barras sirven para que, si se produce el choque de un automóvil contra la parte trasera de un camión, tope con la barra evitando que el filo inferior del camión atraviese el parabrisas, que fue lo que ocurrió esa noche. La barra fue rebautizada popularmente como “barra Mansfield” en su honor y seguro que se sentiría orgullosa al saber que gracias a ella se han salvado desde entonces muchas vidas.

La verdad es que poco sabía sobre esta actriz, pero indagando sobre ella me ha parecido un personaje fascinante. Tiene episodios increíbles, como su disparatado encuentro con los Beatles o su surrealista intervención en un programa televisivo en España con el Dúo Dinámico tocando ella el violín… Fascinante.
Si os ha interesado esta historia o queréis conocer más misterios y leyendas dentro del mundo del cine, os recomiendo el libro "Malditas películas" de Miguel Ángel Prieto (ed. T&cB), en el que conocí esta y otras muchas historias inquietantes.

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