Como ya hemos visto, la vida de una persona es
un gran ciclo: nacimiento, desarrollo, muerte, que a su vez abarca ciclos
menores, más largos y más cortos, que son en los que me estoy centrando. Hoy en
concreto, daré un breve repaso a un ciclo más largo en la vida de un ser
humano, es el conocido como Septenio o Ciclo de Siete Años. Como ya habréis
podido adivinar, es un ciclo que abarca etapas de siete años, que se empiezan a
contar desde el día del nacimiento hasta que se cumplen siete años.
Prácticamente todas las escuelas de sabiduría
han estudiado los ciclos vitales del ser humano. Este Ciclo de Siete Años que
os presento hoy, está basado en la tradición Rosacruz, de la que durante muchos
años aprendí. Si bien es cierto que hoy en día la vida ha cambiado mucho y las
costumbres y valores han evolucionado, la base de este ciclo sigue siendo muy
válida. No se trata de ciclos rígidos, son aproximados, y en cada uno de ellos
predomina una o varias energías, aunque cada caso es único y especial, por lo
tanto hay que tomar estos ciclos como una orientación, no como algo rígido e
inamovible.
El Septenio abarca períodos de siete años,
de tal modo que el primer ciclo comprendería desde el día que nacemos hasta el
día que cumplimos los 7 años, el segundo comenzaría el mismo día que cumplimos
los 7 años hasta el día que cumplimos 14 años y así sucesivamente.
El Ciclo de Siete Años o Septenios
Desde el nacimiento hasta los 7 años:
Predomina el desarrollo físico. El alma ha encarnado en un cuerpo humano para
vivir una existencia física, por lo tanto son años de experimentar, de abrirse
sobre todo al mundo físico, todavía está cercana la etapa anterior al
nacimiento, por lo que los niños suelen tener las capacidades extrasensoriales
despiertas, así que es frecuente que convivan experiencias de ambos mundos,
aunque a través de la socialización, irán olvidándolas hasta que quedan
relegadas al ámbito de lo subconsciente. En esta época, la persona aprende a
relacionarse con su cuerpo y con su entorno. Este período de vida podría
considerarse un puente entre el mundo espiritual del que provenimos al mundo físico
en el que desarrollamos una experiencia física.
Desde los 7 a los 14 años: Esta es una etapa
de transición, muy marcada por la racionalidad y la lógica, en la que paralelamente
al desarrollo físico, que sigue su curso natural, la personalidad se va
consolidando por la interacción con la familia, vecindario, profesorado y,
sobre todo, por el grupo de iguales. En esta época, el individuo toma
consciencia de su cuerpo y su autonomía, lo que suele crear conflictos con las
figuras de autoridad, esta rebeldía, que comienza en los últimos años de este
ciclo, se prolongará y agudizará en el siguiente ciclo.
Por lo tanto este período es muy delicado,
porque en él se van a sentar las bases de cómo la persona va a construir su
concepto del mundo, de la vida, de lo correcto y lo incorrecto, fobias y
filias, afinidades y rechazos. Así pues, es fundamental la guía que reciba de
sus progenitores y entorno más próximo y cotidiano.
Desde los 14 a los 21 años: Este es un ciclo
en el que pesa por encima de los demás el mundo de las emociones. Es la
adolescencia, una época de transición de la infancia a la edad adulta, si hay
una etapa difícil y conflictiva es esta, debido a los cambios físicos
importantes que se producen, y es que el proceso que empezó en los últimos años
del ciclo anterior, está ahora en su pleno apogeo. En esta época tiene mucha
influencia el concepto que tiene la persona de sí misma, cómo acepta la
evolución de su cuerpo, cómo se percibe, es un momento en el que pueden surgir
muchas inseguridad por la no aceptación de determinados elementos de su físico,
y eso es algo que va a tener mucho peso en la formación de su personalidad.
En estos años hay una decisión muy
trascendente que tomar, qué queremos hacer con nuestra vida: qué estudios se
van a realizar, o tal vez, se decida no estudiar y comenzar a trabajar. En
cualquier caso, se crea la estructura sobre la que se construirá nuestro “edificio”
vital.
En el ámbito espiritual, suele ser una etapa
muy convulsa, por un lado tenemos una catarata hormonal y emocional de difícil
control que en no pocas ocasiones pueden llegar a provocar fenómenos
inexplicables (como es el caso de los conocidos “poltergeist”), por otro lado
son momentos de rebelarse contra todo lo que tenga que ver con lo espiritual,
por eso es frecuente caer en el descreimiento, el aborrecimiento, o incluso el
odio a estos temas. Y, aunque es menos habitual, puede suceder que se caiga en
lo contrario, en un misticismo un tanto exacerbado.
De los 21 a los 28 años: En este ciclo se consolidan
las bases que se fueron estableciendo a lo largo del ciclo precedente. Es el
momento en el que la persona termina su formación y comienza su inmersión de
pleno en el mundo laboral.
Tras las fuertes marejadas propias de la
adolescencia, llega un período de estabilidad. La persona entra definitivamente
en el mundo adulto, no solo a nivel profesional, sino también emocional, por lo
que empieza a proyectar su futuro planeando sus relaciones, la formación de una
familia propia... Del mismo modo que en este ciclo llegan nuevas libertades: la
mayoría de edad, más independencia de la supervisión paterna, etc., también
comienzan la adquisición de las responsabilidades y obligaciones que
caracterizan el mundo adulto del que ya forman parte.
Es por tanto una fase en la que empezamos a
encontrar nuestro lugar en la sociedad.
De los 28 a los 35 años: En este ciclo, se
llega a la madurez, tanto en lo físico como en lo mental y emocional. En estos
años la persona ha formado su hogar, de las características que haya elegido. Y
esto conlleva la adquisición de las responsabilidades inherentes a ese hogar.
Es un período de estabilidad laboral y de absoluta inmersión en la sociedad en
general y en la localidad en particular.
Este ciclo es muy importante en todo lo
relacionado con los temas trascendentales, pues suele caracterizarse por una
inclinación hacia la indagación espiritual. Puedan ser unos años en los que,
quizás porque ya se ha adquirido una cierta seguridad vital en lo más mundano,
el espíritu necesita algo más. En estas edades muchos de los Maestros
Espirituales alcanzaron la iluminación o llevaron a cabo sus misiones en pro de
la humanidad. Evidentemente, esa llamada espiritual, que siempre está en
nuestro interior, pero que en este período es más intensa, puede seguirse o
puede ser totalmente ignorada, eso ya es cuestión de cada persona.
De los 35 a los 42 años: Este ciclo se
caracteriza por la estabilidad. Una vez que la persona se ha asentado laboral y
familiarmente, entra en una fase que bien podría denominarse introspectiva. Es
un punto de inflexión, ha llegado a la plenitud de su potencialidad y, desde
esa posición, valora las decisiones tomadas, los cambios que han de venir a
futuro, pero sobre todo recoge los frutos de los esfuerzos que ha hecho a lo
largo de su vida.
En muchos casos, la persona examina su vida de
una manera más espiritual porque sabe que una vez se llega al punto máximo,
empieza el retroceso. Suelen calibrarse las creencias y la escala de valores
que hasta entonces habían predominado, a la vez que se experimentan ajustes
hacia preocupaciones más sociales, familiares, amistosas, pues se busca el
equilibrio entre la estabilidad material y la emocional.
De los 42 a los 49 años: Esta etapa es
crítica. Por un lado, el cuerpo físico empieza a hacer sentir la disminución
gradual de la vitalidad; es muy frecuente que en estos años empiecen a aparecer
los primeros síntomas que indican que se ralentizan los procesos regeneradores
del cuerpo, de este modo, además de tener menos resistencia y flexibilidad, se
van notando el desgaste de las articulaciones, músculos, huesos, piel, vista…
En el caso de las mujeres es un período en el
que surgen las señales que anuncian la menopausia, cuando no la menopausia en sí;
un cambio que es muy significativo y que nos recuerda de una forma muy cruda y
realista que, definitivamente entramos en la madurez. Es un ciclo muy
importante porque puede producirse una crisis de identidad, al rebelarse una
parte del ser humano contra la imagen que le devuelve el espejo, contra los
cambios que experimenta en su cuerpo. Y, según los casos, esta crisis puede
también alargarse hasta el ciclo siguiente.
Por otro lado, es muy frecuente que se de
algún tipo de crisis de tipo existencial. Pensemos que este es el Séptimo
Ciclo, un número muy simbólico. Es un momento de reflexión sobre lo que es
nuestra vida. Si no están asentadas nuestras bases laborales, económicas,
familiares y de relaciones sólidamente, puede que se sufra en alguna de estas
áreas una auténtica revolución. Es una buena época para comenzar, si no se ha
hecho ya, a alimentar nuestro espíritu por medio de la meditación, el estudio y
la introspección.
De los 49 a los 56 años: Este período es de
madurez, si bien el cuerpo se va volviendo cada vez menos flexible, ocurre lo
contrario con la actividad mental y las creencias. Es muy frecuente que la
persona sea más comprensiva y paciente. Al priorizar lo mental sobre lo físico,
se suele actuar con más sensatez y se piensan más las cosas.
Esta etapa está marcada por una cierta
regeneración espiritual. A medida que el cuerpo decae, los conceptos
espirituales se hacen más intensos. Puede ser que se deba a que esa comprensión
que se va desarrollando, hace que la persona busque la bondad y las cualidades
más elevadas tanto en sí misma como en las personas de su entorno e incluso en
su medioambiente habitual. Es frecuente que en estas edades, se despierte un
interés por pertenecer a alguna escuela mística, grupos de meditación, etc.
También en estos años se empieza a afrontar la
vejez como algo más concreto y cercano, por lo que se reflexiona sobre cómo se
actuará, con qué recursos se cuentan, etc.
El cuerpo continúa su proceso de disolución,
por lo que es importante adquirir hábitos saludables y desechar aquellos
perjudiciales, si es que no se ha hecho antes, y también son convenientes las
revisiones médicas regulares.
De los 56 a los 63 años: Este período es una
prolongación del anterior, y los procesos que se iniciaron en ese momento aquí
alcanzan su máxima expresión.
Si bien la fuerza física prosigue su natural
declive al igual que los procesos regeneradores, esto no quiere decir que la
salud tenga que verse comprometida, se puede gozar de una salud bastante
aceptable, siempre y cuando se cuide del cuerpo y de la alimentación.
En esta etapa se llega a una realización plena
de todos los proyectos vitales: familiares, laborales, intereses… Es, además, el
momento de empezar a preparar los asuntos que conciernen a nuestro futuro, ya
que se acerca el merecido descanso para disfrutar de la vida de una manera más
serena y sin tantas obligaciones.
En el terreno espiritual también es importante
empezar a preparar nuestra mente y también nuestras emociones para el paso hacia
el que nos acercamos, la meta final de esta existencia está más cerca y
nuestros últimos años dependen mucho de la aceptación y preparación espiritual
que tengamos para dar un sentido elevado al tránsito final.
Incluso las personas que no tienen inclinaciones
esotéricas, sienten esa necesidad de volverse más hacia la religión que
profesaron en su infancia y que, tal vez, habían abandonado, o incluso se
interesan por otra distinta a la suya de origen. Las personas absolutamente
descreídas pueden o bien sentir ciertas inquietudes espirituales o bien sentir
más agudamente su rechazo hacia cualquier tipo de creencia.
De los 63 a los 70 años: La persona se va despreocupando
más de lo material centrándose preferentemente en lo espiritual y en lo mental.
Los recuerdos de la infancia y juventud están más presentes, quizás porque
empieza a realizar una recapitulación de lo vivido. Es frecuente que goce de
períodos de soledad en los que se reencuentra con sus recuerdos, pero también
disfruta de la presencia de los pequeños de la familia, pues es una forma de
revitalizar el ánimo y también siente más afinidad con la infancia que con las
personas adultas.
Las experiencias que ha vivido y su
observación más objetiva, menos enraizada en lo material, hace que su consejo
sea muy valioso. En muchas culturas se consideraba la vejez como sinónimo de
sabiduría y las personas más ancianas del lugar eran consultadas antes de tomar
decisiones que fueran relevantes para el futuro del colectivo; se daba por
sentado que su mayor cercanía al mundo espiritual, aseguraba respuestas
correctas ante las dudas o problemas que se presentaban.
A partir de este período, la integración de la
persona en el mundo espiritual es más notoria y progresiva. El cuerpo va
declinando irremisiblemente, los procesos mentales son más lentos, y la
interiorización cada vez es mayor. El grado de paz interior que sienta,
dependerá en gran medida de cómo haya ido afrontando su evolución espiritual y
de cómo acepte el final de sus días en esta existencia. Ya no hay ciclos, se podría decir que es una fase previa al tránsito.
Reconozco que ahora, la media de edad es más
elevada y que las expectativas han mejorado por los avances médicos. También la
sociedad que conocemos hoy en día es bastante distinta, y algunos períodos
parecen haberse alargado, por ejemplo la adolescencia empieza mucho antes y se
prolonga durante más años (en algunos casos parece que de forma indefinida). La
época de formar una familia, o comenzar a trabajar, debido a las coyunturas
sociales y económicas actuales, se han retrasado bastante con respecto a siglos
pasados.
Los últimos ciclos se han dilatado
considerablemente. Por un lado, salvo enfermedades graves y/o que incapaciten,
la gente mayor conserva más vivas sus capacidades y puede realizar muchas más
actividades que en otros tiempos; de hecho hoy en día, la jubilación implica un
derroche de energía considerable, no solo porque en muchos casos implica el
cuidado de personas mayores o de los nietos, sino también porque se ha
introducido en la sociedad la idea del ocio activo que antes excluía a las
personas mayores.
Por todo esto, quizás habría que revisar el
concepto de Septenario y remodelar las fases al período actual.
Sería interesante hablar con las personas
mayores de nuestro entorno, para aprender cómo ha sido y cómo es su vida ahora,
entendiendo así este Ciclo de forma más práctica y realista.
Por último, quiero recordar que estos Ciclos
son orientativos, nos dan una idea de las corrientes energéticas predominantes
en determinados períodos, pero cada persona debe actuar según crea conveniente.
Lógicamente, saber que fuerzas están pesando más en un momento concreto, nos
puede ayudar a afrontar mejor las situaciones, pero eso no quiere decir que
haya que caer en el fatalismo o el determinismo, tomemos los Ciclos como una
ayuda, no como una sentencia.
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