Hoy este artículo
está dedicado a un personaje por el que he sentido siempre un aprecio especial.
Me gustan las personas que creen en lo que hacen, que se entregan a su pasión
con absoluto convencimiento, sin importar lo que opine el resto, moviéndose por
su entusiasmo y sin desfallecer ni un minuto, aún cuando el entorno sea hostil
y sufran la incomprensión de los demás. Me parece bien el sobrenombre con el
que se le conoce: Doctor Mirabilis (Doctor Admirable), y más que por su faceta
de Alquimista, se merece un huequito en esta sección por su aportación al
avance científico de los siglos posteriores y por su carácter humilde e
inasequible al desaliento, algo que le hace destacar enormemente en la sombría
Europa del siglo XIII.
Se carece de datos
concretos sobre su nacimiento, la fecha se sitúa aproximadamente en el año
1.214, y en cuanto al lugar, se cree que es Ilchester, en el condado de
Somerset (Inglaterra). Algunos estudiosos de su biografía, datan el nacimiento
en el año 1.220. Parece ser que su familia era de posición acomodada, pero por
los vaivenes políticos de la época, cayó en desgracia. A pesar de esto, Roger
tuvo acceso a los estudios, de hecho en su vida jamás dejó de estudiar, su
ansia de conocimiento parecía no tener fin.
Estudió primero en la Universidad de Oxford y posteriormente en la de París.
Si Roger Bacon tuvo en su vida un auténtico flechazo, fue al conocer la obra de
Aristóteles Una vez acabados sus estudios, ejerció como profesor de arte
y conoció a dos personas que serían sumamente importantes para él: Guillermo de
Aurvenia, teólogo, obispo de París y consejero del rey francés Luis IX; y
Alejandro de Hales, teólogo perteneciente a la Orden Franciscana que desarrolló
el concepto del carácter sacramental indeleble del bautismo, la confirmación y
la ordenación sacerdotal, que sería recogido posteriormente en el Concilio de
Trento.
En el año 1247 regresó a Oxford,
entregándose de lleno al estudio de los idiomas y a las ciencias en general,
pero especialmente se centró en las matemáticas, pues consideraba que eran la
piedra angular de las demás ciencias, una de sus frases más conocidas es “las
matemáticas son la puerta y la llave de las ciencias”.
En Oxford estableció una relación
intensa con Adam Marsh, intelectual y franciscano; y Roberto Grosseteste,
franciscano que más tarde sería obispo de Lincoln (Inglaterra). Este último,
tuvo una influencia notable en el creciente interés de Roger Bacon por la
óptica. De hecho, una de sus aportaciones a este campo fue la aplicación de la
geometría a la óptica. También desarrolló muchos estudios y experimentos
destinados a la creación de lentes para la mejora de la visión, aunque no todos
pasaron de la mera observación y anotación. En cualquier caso, conviene
recordar que estamos hablando del siglo XIII, lo que hace absolutamente
meritorio todo el esfuerzo intelectual que realizó.
Roger Bacon tenía una mente
científica y analítica, pero al tiempo era un hombre tremendamente piadoso y
espiritual, por lo que, probablemente animado por Marsh y Grosseteste, ingresó
en la Orden de los Franciscanos, alrededor del año 1256 (no se conoce la fecha
exacta). Su integración en la vida franciscana no fue fácil, se mostraba
crítico con determinadas posiciones teológicas y su defensa de la filosofía
aristotélica no le ayudó precisamente a granjearse simpatías dentro de la
orden, ya que Aristóteles era un autor prácticamente proscrito en esa época. Su
traslado forzoso a Francia, fue una sutil manera de intentar alejarle de sus
estudios y especialmente de influencias intelectuales que se juzgaron
perniciosas.
Pero, afortunadamente, no se
rindió y aceptó la propuesta del cardenal Guy le Gros de Folques, de la
creación de una gran enciclopedia que abarcaría todo el saber científico de la
época. Tan ambicioso proyecto tendría que realizarse bajo el más estricto
secreto, puesto que la Orden Franciscana prohibía la elaboración de cualquier
escrito, salvo que se recibiera un permiso especial que Bacon sabía de antemano
que a él no se le concedería.
Pero con el tiempo el cardenal se
convirtió en el papa Clemente IV, y volvió a insistir para que se creara la
enciclopedia. Fue así como Bacon escribió tres volúmenes
que remitió a Clemente IV entre 1.267 y 1.268 que más que una enciclopedia eran
un compendio de sus estudios, teorías y experimentos hasta la fecha:
El primero, “Opus
Maius” era un grueso volumen que incluía filosofía, ética, teología, gramática
de las lenguas bíblicas, matemáticas, óptica y ciencias. Los siguientes: “Opus
Minus” u “Opus Secundum” y Opus Tertium, eran una ampliación del primero.
Lamentablemente, el
papa Clemente IV falleció en 1.268, así que no sabemos qué habría pasado si
hubiese vivido; tal vez Bacon no habría sufrido la persecución vergonzante y
sistemática a la que fue sometido por mor de sus ideas. O tal vez sí.
Él siguió
escribiendo, experimentando y aumentado la lista de enemigos dentro de su
propia orden religiosa, no solo por sus atrevidas ideas científicas
incomprendidas por la época, o por su adhesión inquebrantable a la filosofía de
Aristóteles, lo que realmente provocó la animadversión de sus correligionarios
fue su crítica a la deriva que llevaba la Orden Franciscana, alejándose cada
vez más del ideal original de austeridad y por la ignorancia del clero; él
proponía unos estudios de teología más serios, en los que se debían ser
incluidas las lenguas originales de la Biblia, la única forma que veía de no
adulterar las traducciones.
En un pequeño
escrito “Espejo de la Alquimia”, que se sepa el primero que ponía a prueba los
principios de la química, al menos en la Europa de la época, reflejaba sus
amplios conocimientos sobre otro de los temas que estudió con apasionamiento,
la Alquimia. Su objetivo, como el de todo buen alquimista que se precie, era
tratar de desvelar la transmutación de los metales.
En un libro del año
1.961 de la editorial Luis de Caralt (ya desaparecida) “Historia de la Magia”
su autor, L. de Gerin-Ricard nos habla de otra de sus obras:
“En su tratado de
las Obras secretas de la Naturaleza y del Arte (capítulo de la Mecánica), Roger
Bacon declara que pronto se verán coches sin caballos y aparatos que llevarán
al hombre por los aires. Y afirma conocer a los que han realizado estos
inventos. Anuncia, además, la “campana de buzo” y el puente colgante”.
Aunque no hay
pruebas convenientemente documentadas de ello, se cree que Roger Bacon fue
encerrado, acusado por su propia Orden de brujería. Se supone que pasó varios
años de encarcelamiento y, tras su liberación, siguió escribiendo y estudiando,
como se suele decir “genio y figura hasta la sepultura”. Falleció en 1.294,
olvidado de todos, sin discípulos a los que transmitir sus conocimientos pero,
y este es el detalle que más me emociona, la muerte le sorprendió en plena
creación de su siguiente obra: “Compendium studii theologiae”,
que lamentablemente no pudo concluir.
A riesgo de ser
pesada, quiero insistir en que tengamos en cuenta en qué época vivió Roger
Bacon, siglo XIII, en plena Edad Media, unos tiempos en los que la superstición
y la ignorancia eran la corriente predominante y él, contra viento y marea,
hacía acopio de libros escritos a mano, de materiales de lo más diverso para
sus múltiples experimentos, y muchas veces a escondidas de los otros miembros
de la Orden Franciscana. Y si todo esto tiene mérito, más lo tiene aún, el
escribir varias obras a mano, entre ellas su “Opus Maius”, un volumen de más de
800 páginas.
Por ejemplo estudió
el funcionamiento de los espejos esféricos, así como la reflexión y la
refracción. Introdujo la fórmula de la pólvora (se cree que tomada de algún
tratado árabe) en Europa y se le tiene por el ideólogo de las balas de cañón.
Se le atribuye la
invención de los autómatas, precursores de lo que siglos después serían los
robots.
Advirtió los errores
del calendario Juliano, que más tarde se tratarían de enmendar con el
calendario Gregoriano.
Y un aporte que me
parece fundamental y que ha sentado la base para el estudio científico es el
método experimental, que consiste en realizar experimentos a partir de una
hipótesis. En sus propias palabras:
“El argumento es concluyente, pero no
elimina dudas, para que la mente pueda descansar en la certeza de la verdad, a
menos que considere que mediante el procedimiento del experimento”.
“Los argumentos
más fuertes no prueban nada, siempre y cuando las conclusiones no son
verificadas por la experiencia. La ciencia experimental es la reina de las
ciencias y la meta de toda especulación”.
Como nota final, hay quien cree que es el
autor del misterioso Manuscrito Voynich , al que dediqué un artículo en su día,
http://lapuertadeltarot.blogspot.com/2011/05/el-manuscrito-voynich.html
, de hecho, el “descubridor” de esta obra siempre estuvo convencido de la
autoría de Bacon, aunque sería complicado por la discrepancia de fechas, ya que
Bacon vivió en el siglo XIII y el manuscrito está datado en el XV.
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