lunes, 24 de septiembre de 2018

EL SEXTO SENTIDO


He tardado mucho tiempo en decidirme a comentar esta película, pues me resulta complicado hablar sobre ella sin destripar su sorprendente final lo que, para alguien que no la conozca, sería una auténtica faena. Pero voy a intentar ser comedida y no decir más de la cuenta, creo que podré conseguirlo.



En 1.999 se estrenó “El sexto sentido” cuyo guión y dirección corrían a cargo de M. Night Shyamalan. Así que ya podemos hacernos una idea, las películas de Shyamalan tienen su sello característico, se suelen anunciar como películas de miedo, pero en realidad tienen más un componente mágico-misterioso aderezado con grandes toques de drama, el autor es muy dado a tocar la fibra sensible de sus espectadores y, sobre todo, a sorprender.

Tras recibir un reconocimiento a su labor, el psicólogo infantil Malcom Crowe (Bruce Willis) regresa a casa con su esposa, Anna (Olivia Williams). Es un día de celebración, pero alguien les está esperando. Un antiguo paciente, Vincent (Donnie Wahlberg), ha entrado en la casa para vengarse de él, siente que no le ayudó en su momento. Malcom intenta calmarle, pero Vincent le dispara y después se suicida. Tiempo después, ya repuesto del disparo, Malcom vuelve al trabajo. En esta ocasión se le presenta el difícil caso de un niño de 9 años, Cole Sear (Haley Joel Osment).

Cole es un niño retraído que parece sufrir malos tratos; vive con su madre, Lynn (Toni Collette), que tras su divorcio, apenas puede ocuparse de él ya que tiene que compatibilizar dos trabajos. Malcom tiene que emplearse a fondo para ganarse la confianza de Cole. Tras lo que ocurrió con Vincent, tiene serias dudas de sus capacidades como psicólogo, y el enfriamiento de su relación con Anna, con la que prácticamente no coincide por sus respectivas ocupaciones, hace que se vuelque de forma especial en este nuevo caso. Con el tiempo Cole acaba confesando su secreto: puede ver a los muertos. Malcom cree que tiene algún tipo de patología grave, lo que acrecienta sus dudas pero también su deseo de ayudarle.

Como antes comentaba, Shyamalan tiene una forma muy característica de hacer cine, de hecho creo que puede considerarse un género en sí mismo. Aún no tengo formada una opinión sobre si me gusta o no, pero le reconozco su originalidad en los argumentos y en la forma de hacer las cosas.
De esta película me atrajo especialmente el argumento y me interesaba ver a Bruce Willis haciendo otra cosa que no fuera “repartir estopa”. Es un actor que me cae francamente bien, me gustó mucho en “Cita a ciegas” y para mí era, junto con la canción, lo único que se salvaba de esa serie hiper valorada de los ochenta, “Luz de luna” que a todo el mundo le gustaba… salvo a mí. Jamás la soporté.

Y en “El sexto sentido” no me defraudó, del mismo modo que no lo hizo el niño, Haley Joel Osment, sobre el que recae gran parte del peso de la película, y Toni Collette, siempre genial. Poco más puedo decir del resto de la película, pues tendría que referirme al final para explicarme de forma coherente; así que solo diré que me sorprendió bastante, aunque una vez que ha terminado te quedas con dos impresiones: una es “Vaya, no me lo esperaba”, y la segunda es “menudo tramposillo que es este Shyamalan, hay ciertas cosas que se contradicen”. Pero lo importante es que al final tienes la sensación de haber disfrutado de un rato de buen cine.

Y soportando las ganas de analizar más de la cuenta, me centraré en uno de los temas sobre los que gira el argumento y es la capacidad del niño protagonista para, no solo ver muertos, sino interactuar con ellos. Aquí es inevitable la frase que popularizó la película: “En ocasiones veo muertos”.


Dudo mucho que exista alguien que no se haya planteado, aunque solamente sea una vez en su vida, qué es lo que existe detrás de la muerte física, qué pasa después, si es posible que una parte nuestra sobreviva y si existiría alguna capacidad para comunicarse con quienes aún no han fallecido.

En esto, como en casi todo, solo hay hipótesis, creencias, esperanzas, pero certezas ninguna. Los únicos hechos ciertos y probados en esta existencia son que nacemos y morimos, lo demás son conjeturas. No tenemos el control de lo que sucede antes y después de estos dos momentos, solamente lo tenemos, dentro de lo que cabe, del intervalo existente entre ambos, lo que conocemos como vida.

Por supuesto hay gente que asegura que puede ver seres fallecidos, incluso comunicarse con ellos, pero no lo puede demostrar de forma fehaciente, Yo misma he tenido alguna experiencia de este estilo, pero no puedo asegurar que no fueran ilusiones ópticas y auditivas producto de mi imaginación, algún tipo de proyección inconsciente o realmente se produjo ese contacto.
Mucha gente argumenta en contra de este tipo de vivencias que si realmente hubiera alguien en lo que denominamos “el más allá”, se habría comunicado de forma abierta para que, quien estamos en “el más acá” pudiésemos salir de dudas. Este hecho seguro que cambiaría radicalmente la forma que tenemos de entender la vida.

A este argumento se le podría contaargumentar con otro. Tal vez, una vez que pasas al otro lado ya no tienes capacidad de relacionarte con este, porque estás en otro tipo de realidad, puede que sean dimensiones incompatibles entre sí, lo que haga imposible establecer el contacto entre ellas. Desde aquí no podríamos comunicarnos con quienes están allí, pero quienes están allí tampoco podrían hacerlo con los que estamos aquí.

Tomando esta hipótesis por válida, se podría pensar que, de vez en cuando, se produciría una leve fisura por esa línea divisoria entre una y otra realidad, por la que podría establecerse algún tipo de comunicación puntual.
Hay quien opina que quizás, al llegar al otro lado no se pueda contactar con esta realidad por algún tipo de restricción evolutiva, por nuestro propio bien, etc., cosa que a mí me parece lamentable e injusta, pero quién sabe si no es así, porque vuelvo a repetir, no tenemos ni idea de cómo funciona esto. Y cualquier hipótesis es válida.

Por supuesto está también la teoría de la reencarnación. Tal vez tú suspiras por comunicarte con algún ser querido fallecido y este ya se ha reencarnado en otra persona, vive otra existencia, sin recordar quién fue en la anterior. Y qué decir de aquellas personas que piensan que una vez desapareces de este mundo, se acabó todo. La nada. El final definitivo. No sé qué es más triste, si esta o la anterior, aunque, a día de hoy, pienso que la última.
En fin, hay múltiples versiones de lo que pasa tras la muerte física. Tantas como personas en este mundo, y nadie puede demostrar que la suya es la verdadera. Todas son igual de erradas que de certeras.

Centrándonos en otra de las frases clásicas de “El sexto sentido”, se nos abre otra posibilidad, para mí aterradora, de lo que puede pasar cuando atraviesas el umbral de la muerte. Según dice Cole, cuando confiesa que puede ver a los muertos, los ve “andando como personas normales, no se ven unos a otros, solo ven lo que quieren ver. No saben que están muertos”.
¿No resulta pavoroso? Aquí hay dos derivaciones. Por un lado lo que se denomina fantasmas, que repiten una y otra vez la misma escena, como una especie de eterno día de la marmota, sin ser conscientes de nada que no sea el hecho que están protagonizando, o por otro lado, aquellos espíritus que pululan sin gran sentido de aquí para allá, lo que se conoce como almas en pena, sin poder ser vistos, sin capacidad de comunicarse, simplemente rondan sin rumbo fijo, en un perpetuo estancamiento en ese estado, a la espera de que alguien les pueda ayudar para avanzar pudiendo salir así de ese estado entre mundos. Esto es algo que hemos visto en series como Entre Fantasmas o Médium, o incluso en la miniserie La Puerta del Más Allá, todas ellas recomendables y que algún día comentaré.

Sinceramente, de entre estas dos últimas posibilidades no sé con cuál me quedaría, porque ambas me parecen terribles. Quizás por eso las historias de fantasmas y aparecidos nos atraen tanto, porque en el fondo, están jugando con las distintas posibilidades que se abren ante un hecho irremediable como es la muerte y lo que sucede después. Y nos hacen pensar y especular sobre lo que nos aguardará cuando llegue nuestro momento.


Dejando de lado estas disquisiciones, que podrían prolongarse indefinidamente sin llegar a ninguna conclusión, y volviendo a la película en sí. Para quien espere sustos y subidas de adrenalina, resultará algo decepcionante. Algún respingo, pero poco más.
Hay una escena que me enternece particularmente, en la que Cole, por la noche tiene que levantarse a orinar con cierta urgencia, pero para llegar hasta el cuarto de baño, ha de recorrer un largo pasillo y tras unos momentos de indecisión, o mejor dicho de pánico, corre velozmente hacia su objetivo. ¡Cuántas veces me vi en la misma situación! Recuerdo la incontable cantidad de veces que me despertaba de pequeña gracias a mi hiperactiva vejiga y tenía que hacer un recorrido similar para llegar al cuarto de baño desde el dormitorio: las mismas dudas, las mismas carreras y el mismo pánico a lo que pudiera surgir de entre las sombras del largo y oscuro pasillo.

En resumen, es una película muy recomendable, si no la conocéis, merece la pena descubrirla y, si ya la visteis en su momento, reconozco que ha envejecido estupendamente, así que se presta a una revisión. En cualquier caso, espero que la disfrutéis.

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