He tardado
mucho tiempo en decidirme a comentar esta película, pues me resulta complicado
hablar sobre ella sin destripar su sorprendente final lo que, para alguien que
no la conozca, sería una auténtica faena. Pero voy a intentar ser comedida y no
decir más de la cuenta, creo que podré conseguirlo.
En 1.999 se
estrenó “El sexto sentido” cuyo guión y dirección corrían a cargo de M. Night
Shyamalan. Así que ya podemos hacernos una idea, las películas de Shyamalan
tienen su sello característico, se suelen anunciar como películas de miedo,
pero en realidad tienen más un componente mágico-misterioso aderezado con
grandes toques de drama, el autor es muy dado a tocar la fibra sensible de sus
espectadores y, sobre todo, a sorprender.
Tras recibir
un reconocimiento a su labor, el psicólogo infantil Malcom Crowe (Bruce Willis)
regresa a casa con su esposa, Anna (Olivia Williams). Es un día de celebración,
pero alguien les está esperando. Un antiguo paciente, Vincent (Donnie Wahlberg),
ha entrado en la casa para vengarse de él, siente que no le ayudó en su
momento. Malcom intenta calmarle, pero Vincent le dispara y después se suicida.
Tiempo después, ya repuesto del disparo, Malcom vuelve al trabajo. En esta
ocasión se le presenta el difícil caso de un niño de 9 años, Cole Sear (Haley
Joel Osment).
Cole es un
niño retraído que parece sufrir malos tratos; vive con su madre, Lynn (Toni
Collette), que tras su divorcio, apenas puede ocuparse de él ya que tiene que
compatibilizar dos trabajos. Malcom tiene que emplearse a fondo para ganarse la
confianza de Cole. Tras lo que ocurrió con Vincent, tiene serias dudas de sus
capacidades como psicólogo, y el enfriamiento de su relación con Anna, con la
que prácticamente no coincide por sus respectivas ocupaciones, hace que se
vuelque de forma especial en este nuevo caso. Con el tiempo Cole acaba
confesando su secreto: puede ver a los muertos. Malcom cree que tiene algún
tipo de patología grave, lo que acrecienta sus dudas pero también su deseo de
ayudarle.
Como antes
comentaba, Shyamalan tiene una forma muy característica de hacer cine, de hecho
creo que puede considerarse un género en sí mismo. Aún no tengo formada una
opinión sobre si me gusta o no, pero le reconozco su originalidad en los
argumentos y en la forma de hacer las cosas.
De esta
película me atrajo especialmente el argumento y me interesaba ver a Bruce
Willis haciendo otra cosa que no fuera “repartir estopa”. Es un actor que me
cae francamente bien, me gustó mucho en “Cita a ciegas” y para mí era, junto
con la canción, lo único que se salvaba de esa serie hiper valorada de los
ochenta, “Luz de luna” que a todo el mundo le gustaba… salvo a mí. Jamás la
soporté.
Y en “El sexto
sentido” no me defraudó, del mismo modo que no lo hizo el niño, Haley Joel
Osment, sobre el que recae gran parte del peso de la película, y Toni Collette,
siempre genial. Poco más puedo decir del resto de la película, pues tendría que
referirme al final para explicarme de forma coherente; así que solo diré que me
sorprendió bastante, aunque una vez que ha terminado te quedas con dos
impresiones: una es “Vaya, no me lo esperaba”, y la segunda es “menudo
tramposillo que es este Shyamalan, hay ciertas cosas que se contradicen”. Pero
lo importante es que al final tienes la sensación de haber disfrutado de un
rato de buen cine.
Y soportando
las ganas de analizar más de la cuenta, me centraré en uno de los temas sobre
los que gira el argumento y es la capacidad del niño protagonista para, no solo
ver muertos, sino interactuar con ellos. Aquí es inevitable la frase que
popularizó la película: “En ocasiones veo muertos”.
Dudo mucho que exista alguien que no se haya planteado, aunque solamente sea una vez en su vida, qué es lo que existe detrás de la muerte física, qué pasa después, si es posible que una parte nuestra sobreviva y si existiría alguna capacidad para comunicarse con quienes aún no han fallecido.
En esto, como
en casi todo, solo hay hipótesis, creencias, esperanzas, pero certezas ninguna.
Los únicos hechos ciertos y probados en esta existencia son que nacemos y morimos,
lo demás son conjeturas. No tenemos el control de lo que sucede antes y después
de estos dos momentos, solamente lo tenemos, dentro de lo que cabe, del
intervalo existente entre ambos, lo que conocemos como vida.
Por supuesto
hay gente que asegura que puede ver seres fallecidos, incluso comunicarse con
ellos, pero no lo puede demostrar de forma fehaciente, Yo misma he tenido
alguna experiencia de este estilo, pero no puedo asegurar que no fueran
ilusiones ópticas y auditivas producto de mi imaginación, algún tipo de
proyección inconsciente o realmente se produjo ese contacto.
Mucha gente
argumenta en contra de este tipo de vivencias que si realmente hubiera alguien
en lo que denominamos “el más allá”, se habría comunicado de forma abierta para
que, quien estamos en “el más acá” pudiésemos salir de dudas. Este hecho seguro
que cambiaría radicalmente la forma que tenemos de entender la vida.
A este
argumento se le podría contaargumentar con otro. Tal vez, una vez que pasas al
otro lado ya no tienes capacidad de relacionarte con este, porque estás en otro
tipo de realidad, puede que sean dimensiones incompatibles entre sí, lo que
haga imposible establecer el contacto entre ellas. Desde aquí no podríamos
comunicarnos con quienes están allí, pero quienes están allí tampoco podrían
hacerlo con los que estamos aquí.
Tomando esta
hipótesis por válida, se podría pensar que, de vez en cuando, se produciría una
leve fisura por esa línea divisoria entre una y otra realidad, por la que
podría establecerse algún tipo de comunicación puntual.
Hay quien
opina que quizás, al llegar al otro lado no se pueda contactar con esta
realidad por algún tipo de restricción evolutiva, por nuestro propio bien,
etc., cosa que a mí me parece lamentable e injusta, pero quién sabe si no es
así, porque vuelvo a repetir, no tenemos ni idea de cómo funciona esto. Y
cualquier hipótesis es válida.
Por supuesto
está también la teoría de la reencarnación. Tal vez tú suspiras por comunicarte
con algún ser querido fallecido y este ya se ha reencarnado en otra persona,
vive otra existencia, sin recordar quién fue en la anterior. Y qué decir de
aquellas personas que piensan que una vez desapareces de este mundo, se acabó
todo. La nada. El final definitivo. No sé qué es más triste, si esta o la
anterior, aunque, a día de hoy, pienso que la última.
En fin, hay
múltiples versiones de lo que pasa tras la muerte física. Tantas como personas
en este mundo, y nadie puede demostrar que la suya es la verdadera. Todas son
igual de erradas que de certeras.
Centrándonos
en otra de las frases clásicas de “El sexto sentido”, se nos abre otra
posibilidad, para mí aterradora, de lo que puede pasar cuando atraviesas el
umbral de la muerte. Según dice Cole, cuando confiesa que puede ver a los
muertos, los ve “andando como personas normales, no se ven unos a otros, solo
ven lo que quieren ver. No saben que están muertos”.
¿No resulta
pavoroso? Aquí hay dos derivaciones. Por un lado lo que se denomina fantasmas,
que repiten una y otra vez la misma escena, como una especie de eterno día de
la marmota, sin ser conscientes de nada que no sea el hecho que están protagonizando,
o por otro lado, aquellos espíritus que pululan sin gran sentido de aquí para
allá, lo que se conoce como almas en pena, sin poder ser vistos, sin capacidad
de comunicarse, simplemente rondan sin rumbo fijo, en un perpetuo estancamiento
en ese estado, a la espera de que alguien les pueda ayudar para avanzar
pudiendo salir así de ese estado entre mundos. Esto es algo que hemos visto en
series como Entre Fantasmas o Médium, o incluso en la miniserie La Puerta del
Más Allá, todas ellas recomendables y que algún día comentaré.
Sinceramente,
de entre estas dos últimas posibilidades no sé con cuál me quedaría, porque
ambas me parecen terribles. Quizás por eso las historias de fantasmas y
aparecidos nos atraen tanto, porque en el fondo, están jugando con las
distintas posibilidades que se abren ante un hecho irremediable como es la
muerte y lo que sucede después. Y nos hacen pensar y especular sobre lo que nos
aguardará cuando llegue nuestro momento.
Dejando de
lado estas disquisiciones, que podrían prolongarse indefinidamente sin llegar a
ninguna conclusión, y volviendo a la película en sí. Para quien espere sustos y
subidas de adrenalina, resultará algo decepcionante. Algún respingo, pero poco
más.
Hay una escena
que me enternece particularmente, en la que Cole, por la noche tiene que
levantarse a orinar con cierta urgencia, pero para llegar hasta el cuarto de
baño, ha de recorrer un largo pasillo y tras unos momentos de indecisión, o
mejor dicho de pánico, corre velozmente hacia su objetivo. ¡Cuántas veces me vi
en la misma situación! Recuerdo la incontable cantidad de veces que me
despertaba de pequeña gracias a mi hiperactiva vejiga y tenía que hacer un
recorrido similar para llegar al cuarto de baño desde el dormitorio: las mismas
dudas, las mismas carreras y el mismo pánico a lo que pudiera surgir de entre
las sombras del largo y oscuro pasillo.
En resumen, es
una película muy recomendable, si no la conocéis, merece la pena descubrirla y,
si ya la visteis en su momento, reconozco que ha envejecido estupendamente, así
que se presta a una revisión. En cualquier caso, espero que la disfrutéis.
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