Después de tanto amor, tanta celebración y alegría, llega la consecuencia inevitable: el hartazgo. La rutina acaba cansando, incluso cuando se trata de la placidez más absoluta, se necesita una cierta tensión, algo que motive, que nos permita probarnos a nosotros mismos. Si nunca se nos presenta la oportunidad de hacer cosas, de elegir, entonces, el horizonte acaba resultando plano. Hasta el cielo más azul necesita, de vez en cuando, una nube, algo que rompa la uniformidad (como cantaba Rocío Jurado: “hasta la belleza cansa”).
El número cuatro representa la estabilidad, la solidez; cada palo del Tarot enfoca esta estabilidad de una manera distinta. Si el Cuatro de Oros despertaba en nosotros el instinto de conservación, el querer aferrarse a lo conseguido por miedo a perderlo, el Cuatro de Copas, representa la insatisfacción que provoca el hastío, la previsibilidad, lo seguro, lo de siempre. En la imagen se nos presenta a un joven sentado con las piernas y brazos cruzados, al pie de un árbol. Una mano surge de una pequeña nube, ofreciendo al muchacho una copa, pero éste permanece ajeno a lo que sucede a su alrededor sus ojos cerrados sugieren una actitud meditativa.